¿Me tenés inadmitido?
5m

Compartir en

España, decí Alpiste

Compartir en:

Me he peleado para siempre con gente muy querida a causa de mi costumbre de inadmitir a todo el mundo en el messenger. Los ofendidos piensan que soy un ser típicamente antisocial, un ermitaño moderno; yo creo que nadie en su sano juicio debería dejar abierta la ventana de su intimidad.

—¿Te pensás que no me doy cuenta que me tenés inadmitido, eh?

Ésa es la pregunta retórica que (desde el auricular del teléfono o desde el zaguán de casa) más he oído durante los últimos años. Por lo general, fueron las últimas palabras de muchas personas con las que compartía una amistad o un lazo sanguíneo. Dicen eso y trascartón se ofenden para siempre. Pero igual no cejo en mi solitaria lucha. El messenger no ha nacido para que te molesten, sino para conversar cuando uno quiere, no cuando quieren los demás.

El viernes discutíamos acaloradamente en casa este tema espinoso con la investigadora Beatriz Marín (que estudia las relaciones interpersonales dentro de las nuevas tecnologías, y además dirige Actilingua; es decir, una señora que ha estudiado) y ella, con gran aplomo y experiencia docente, catalogó mi actitud:

—Tú lo que eres es un maleducado de mierda.

Lo han intentado mil veces, pero nadie ha logrado convencerme de nada. La gente me dice que, de prosperar mi método, media Humanidad tendría inadmitida a la otra media Humanidad (y viceversa) logrando de este modo la ilusoria sensación de que el «Planeta Tierra ha abandonado la sesión». Lo acepto. Y la verdad, me importa un carajo. ¿O no vivimos así como mil años sin que pasara gran cosa?

Cristina, mi mujer, muchas veces me mira con trompa y me dice:

—¿Por qué me tienes inadmitida cuando estás en el trabajo? —yo le explico que no la tengo inadmitida a ella en particular, sino a todos. Que no es individual mi odio, que es contra el mundo entero.

—Yo no soy todo el mundo, gilipollas —me dice.

Y cuando tu esposa te dice «yo no soy todo el mundo», lo más seguro es que a continuación te toque hacer la comida y almorzar solo. Y después irte a publicar «Los Bertotti» al cibercafé de enfrente.

Y justamente allí, en los cibercafés, observo con irreprimible asquete a los adolescentes actuales con sesenta contactos admitidos y conectados, escribiendo como locos monosílabos de compromiso, respondiendo con síes y con noes, o lo que es peor, con jajajas. ¿No es hora de avisarle al pueblo, de gritar a los cuatro vientos, de confesar al unísono y de una vez por todas que nadie se está riendo mientras escribe jajaja? ¡Basta de farsas, por el amor de Dios! El messenger es el germen de la hipocresía y de la vigilancia interpersonal, igual que los teléfonos móviles.

Ahora leo en el diario —horrorizado— que a fin de año se lanzará al mercado un sistema que te indica dónde está exactamente la otra persona cuando la llamás al telefonito. ¿Qué es este botoneo infame? Graham Bell se debe estar revolcando en su tumba… A veces pareciera que las mujeres celosas han conseguido trabajo en Nokia y buscan venganza. Deberíamos replantearnos esta moda de que todos sepan si estás, a dónde estás y en qué estás.

El hombre que inventó el «Teléfono que te avisa quién llama» es un genio. Eso está claro. Porque gracias a él yo descubrí hace poco que, por hache o por be, todo el mundo me molesta. Desde que tengo ese aparato en casa no atiendo más a nadie y soy feliz. O lo era.

Porque resulta que después vino otro inventor, un flor de hijo de puta, que creó un aparato que sirve para ocultar la identidad del que te busca. Y ahora mi teléfono, en vez de avisarme con un letrero que el que llama es «El pesado de Juan Carlos», ahora pone un misterioso cartelito: «Llamada Privada», porque el pesado de Juan Carlos, que sabe que es un pesado, se compró un coso de esos para ocultarse… ¡Hay que subestimarse mucho para activar ese artilugio, mucha conciencia de ser un pesado hay que tener…!

Con el messenger (ya van a ver) va a pasar algo parecido en cualquier momento —si no es que ya ha pasado—: van a inventar un software para saber quién te tiene inadmitido. Y después van a inventar otro software para bloquear a los que tienen ese primer software, y así hasta la eternidad.

Yo creo que, dentro de no mucho, la vida se va a convertir en un contraespionaje casero, en una guerra psicológica en la que habrá que pelear desde casa y en piyama, contra bravísimos enemigos que serán todos tus parientes, tus conocidos y tus compañeros de trabajo.

¡Por fin una guerra como la gente, en la que no hay que hacer la colimba ni ponerse un casco y borceguíes! ¡Por fin una guerra a la medida de mis posibilidades!

Espero con ansias esa contienda… Sé que voy a triunfar.

Hernán Casciari