Entre los nueve y los catorce años escondí de mi papá las poesías que escribía para que no me creyera femenino. Entre los seis y los quince años jugué a deportes de fuerza para demostrar masculinidad.
Mi papá nunca pisó el almacén de enfrente. Tampoco nunca nos hizo el almuerzo o la cena. Nunca barrió el piso ni cosió un guardapolvos. Ninguna mujer de la casa se lo habría permitido.
En la adolescencia algunas amigas señalaron en mí actitudes machistas que yo no podía reconocer o me negaba a aceptar. Pasaba mucho en las sobremesas de los asados, mientras ellas levantaban los platos.
Hasta el final del siglo veinte (es decir, hasta mis treinta años), creí que machismo y feminismo eran dos extremos y me burlé de ambos como quien se burla de los veganos o de los hinchas de Vélez.
Al inicio de este siglo fui padre. En la crianza de mi hija practiqué la ironía seudo progre de decir (frente a ella) ‘puto’, ‘trola’, ‘negro’ y otro montón de tópicos que creía inofensivos.
También debatí sin argumento en sobremesas acaloradas y salieron de mi boca dos frases infames: «No todos los varones somos así» y «Estoy en contra de todo tipo de violencia».
Entre los treinta y los cuarenta años escribí más de quinientos textos cortos en internet. Hay por lo menos veinte que tienen alguna frase machista o alguna idea retrógrada que hoy me avergüenza leer.
A los cuarenta y tres años me pregunté por primera vez qué debía hacer con esos textos. ¿Borrarlos, modificarlos o dejarlos tal cual? Elegí mantenerlos; hacerme cargo del que fui para ser menos imbécil en adelante.
Todavía tengo en la cabeza frases en reparación. Lo descubro cuando personas más jóvenes me alertan: «¿Te parece que dos mochileras que van juntas ‘viajan solas’?». No es fácil soltar los lastres.
Pero también empiezo a percibir yo mismo las alarmas. Descubro solito símbolos mal puestos y barbaridades en los medios. Empiezo a sentir el placer de mis propias cáscaras cayendo.
Soy un varón heterosexual de 45 años. Me cuesta mucho, cada vez que lloro, no decir «parezco mina» o «me puse putito». Son muchos años de ser un imbécil que se creía gracioso. Pero me esfuerzo porque entendí.
No voy a poner el avatar rosa en mi wasap. No voy a usar el hashtag ni voy a hacerme el copado. Mi único hashtag sincero es #MeHagoCargo. Solamente vengo a decir que soy culpable y que fui parte del problema.
Trato todos los días de estar atento a los símbolos y a lo tópicos. Ya no uso los ‘pero’ ni hago chistes de falso progresismo. Me ejercito para dar pelea incluso en lo dialéctico, que es donde más me cuesta.
Hoy es 19 de octubre y llueve. Soy casi un viejo y viví por todos lados. Quiero decir que jamás había visto a un grupo humano acorralar un problema con tanta fuerza, pasión y creatividad.
Esta lucha es, sin dudas, lo más revolucionario que le pasó al país en décadas. Un día vamos a mirar para atrás y nos parecerá increíble que nosotros hayamos tardado tanto en reaccionar.
Nuestros nietos, queridas, van a estar muy orgullosos de ustedes.
ACTUALIZACIÓN. Esta entrada tiene pocos comentarios en la fecha de su publicación porque se cayó el servidor y estuvo dos días sin actividad. Decidí, por única vez, publicar el texto completo en el Facebook de Editorial Orsai. Casi toda la conversación que suele ocurrir en el blog, esta vez ocurrió allí. Aquí el enlace.