Hoy por fin he logrado superar mi timidez, y después de que vosotros me lo hayáis pedido muchas veces en los comentarios, compuse una pequeña música. Para los más entendidos, se trata de un cinco por cuatro, y al final tiene un corte de tres por cuatro; todo está grabado vía midi; es decir, no hay ningún instrumento de verdad. Lo que compuse se llama «Un sueño», porque siempre he soñado que alguien que no conozco va por la calle con su reproductor escuchando una canción mía. Ese sueño ha sido una fantasía tonta que me ha perseguido casi como un juego, algo que siempre supe imposible. Como quien sueña con la inmortalidad, como quien sueña con volar por encima de los cerros. Una utopía inmadura e inofensiva.
Pero ahora, gracias a internet y a estos cacharros, existe una posibilidad en un millón de que eso pase.
Si a algún lector de esta columna se le ocurriese cargar mi música en el iPod, aunque sea como curiosidad o extravagancia, y después a esa misma persona se le diera por salir a la calle, digamos, y en medio del viaje en metro o en autobús se le antojase escucharla, a mi música, debo advertirle (a esa persona potencial, imaginaria, improbable) que estaría haciéndome feliz.
Sería una dicha intangible la mía, una felicidad que no podría agradecer ni en un millón de años. Me gustaría, si eso ocurre, si a ti, lector, se te ocurre escuchar mi música por la calle, me gustaría decirte algo:
Observa bien lo que veas mientras la oyes, mira ese árbol, esa fachada, esa lluvia, esa paloma en la plaza, a esa chica que lee en el asiento contiguo. Tu camino de siempre, el que cruzas a diario sin prestar atención, ahora estará invadido por mi música. Yo ya no tengo calles, ni árboles ni fachadas que mirar. Observa todo por mí, y dime cómo se ve la vida con mi banda de sonido de fondo.
Durante dos minutos y cuarenta y tres segundos, serás lo más parecido a mi corazón latiendo por fuera de estas paredes.