Nostalgia del presente
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Lo más raro que me pasó en la vida fue en 2015, a mediados de 2015. Una lectora se acercó después de una función y me pidió que le firmara un libro. Y yo agarro el libro y le digo:
—¿Cómo te llamás?
—Julieta —me dice.

Y levanto la vista para entregarle el libro y fue muy raro lo que pasó… No quiero que parezca romántico lo que voy a decir, porque no es romántico. Fue más que nada un error del tiempo, y de hecho me asusté.

La primera vez que vi a esta lectora, Julieta, la primera vez que le vi la cara, sentí una familiaridad espantosa. Durante cinco o seis segundos mi cabeza se dividió y vi la escena desde el futuro. Escuché mi propia voz diciendo: «Mirá, ahí nos vimos por primera vez. Mirá, tenías el pelo corto, boluda, mirá». De verdad, escuché eso.

Era mi propia voz adentro de mi cabeza, pero una voz gastada, era la voz de un viejo. Debía de ser el año dos mil cincuenta y pico. Por mi voz, lo intuyo. Yo seguramente estaba en un sillón, con más de ochenta años, un poco nostálgico… mirando escenas de mi vida en un álbum de fotos. Y sin querer di vuelta una página y apareció la escena del día en que conocí a Julieta. Y, por alguna razón, mi voz del futuro se ligó y me pude escuchar mientras ocurría la escena en la vida real.

No estoy exagerando. No estoy haciendo literatura. Lo juro por mis hijas que me pasó esto.

Escuché mi voz desde el futuro. Me escuché decir: «Mirá, mirá, ella tenía el pelo corto». «Mirá qué linda que estabas». ¡Y me cagué de un susto! No fue una sensación placentera. Porque al mismo tiempo yo podía sentir lo que sentía ese viejo por esa chica desconocida. Y era un amor sereno lo que sentía ese viejo, era un amor lleno de años y de nietos; y de perros; y de viajes compartidos y de crisis superadas. Tiempo. Un amor lleno de tiempo. Fue como si de repente me llegara una memoria que no era mía, como si me hubieran puesto un pendrive en el culo. Una cosa complicadísima.

Me quedé mirando a la lectora con los ojos abiertos, sin poder hablar. Julieta me dijo, unos días después, que yo parecía drogado. Y también era verdad. Yo había fumado el día que estaba firmando libros. Pero eso no anula la experiencia. No invalida lo que estoy contando. El porro le da un marco legal al pensamiento mágico, pero nada más.

Esto que cuento me pasó una sola vez en la vida. Algunos lo llaman amor a primera vista. Otros le dicen química. Y el ochenta por ciento de las veces es calentura y se convierte en un gran error.

Pero después empezamos a hablar por WhatsApp con esta chica. Y ahí supe que era antisocial como yo, que era fanática de Racing, y me dije «Esto tiene que funcionar». Pensé y creí todavía más en ese viejo del futuro. Y entonces un día la invité a Montevideo a pasar un fin de semana. Nos habíamos visto muy pocas veces, ese fin de semana no podía salir bien.

Y salió peor: en Montevideo tuve un infarto y ella me llevó al hospital. Me tuvo que salvar la vida. En el hospital pasó algo que nunca conté. Yo estaba en una camilla. No podía respirar y había dos médicos haciéndome reanimación. Y no estaba funcionando. Yo me había separado de mi exmujer hacía tres meses. Habíamos convivido durante quince años. Y ahora yo me estaba muriendo junto a una desconocida.

Por lo general, el borde de la muerte es el mejor termómetro del error. No podés caretear cuando te estás muriendo. Porque la verdad se pone nítida. Si te estás muriendo querés estar con tu mujer de siempre, porque sabe la contraseña de las tarjetas, sabe cuál es tu obra social…

Pero yo no podía dejar de pensar en Julieta mientras me iba muriendo. Nos habíamos visto ocho veces en la vida. Ella estaba del otro lado del quirófano, peleándose con unas enfermeras que no la habían dejado entrar. Desde la camilla yo podía ver la puerta del quirófano. Y ella saltaba desde afuera para espiar. Parecía un perrito. Yo la veía por el ojo de buey, pedacitos de la cabeza, como si fuera un dibujo animado. Y eso me hacía reír mientras me moría.

¡Y no me quería morir! Hacía fuerza para llegar a viejo y ver si era cierto ese futuro donde me espera un amor sereno, lleno de años y de nietos, y de perros y de plantas.

Y entonces sobreviví, y tuve que dejar de fumar para siempre. Y sin fumar no pude escribir nunca más… Y un día, tres años después de no escribir nada, a finales de 2018, me dieron ganas de escribir de nuevo. Y escribí esto. Esto que termina con una escena muy chiquita. Aproveché que Julieta complía años y que ya teníamos una hija y escribí esta escena que dice: «Mirá qué jóvenes éramos, esto debe de ser 2018 o 2019. Mirá qué hermosa nuestra hija, no tenía ni tres años todavía, tenía rulitos. Mirá cómo juega con su perro, ¿te acordás del primer perro que tuvimos? Qué perro estúpido… Miráte vos, con el pelo largo. Fue el año que Racing salió campeón, que quedamos punteros en el receso y vos cumplías treinta y cinco esa mañana. Fue el año que leí ciento diecisiete cuentos en la tele, de madrugada, y vos cada noche me esperabas para cenar… Qué jóvenes éramos, qué vida intensa. A veces, Julieta, tengo nostalgia del presente».

Hernán Casciari