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Pausa
Lo más raro que me pasó en la vida fue en 2015, a mediados de 2015. Una lectora se acercó después de una función y me pidió que le firmara un libro. Y yo agarro el libro y le digo:
—¿Cómo te llamás?
—Julieta —me dice.
Esta semana leí que, en la ciudad de Buenos Aires, el 80% de los matrimonios se separa antes de los diez años de convivencia. Un porcentaje de error enorme. Y a pesar de esa estadística, en este momento de la mañana, en alguna oficina, en alguna plaza de Buenos Aires, dos personas desconocidas empiezan a charlar (ahora mismo debe estar pasando) y se gustan. Y así empiezan, de a poco, a convertirse en el ochenta por ciento de la década que viene.
Javier y Alejandra tienen un caserón enorme en el barrio montevideano del Prado, con piscina y cuatro perros, con obras de arte y muebles caros en habitaciones de techos altos, y hasta una casita de huéspedes detrás del jardín.
Desde hace años viajo mucho y, como odio los hoteles, elijo casas por internet. Los anfitriones las ponen a disposición y nosotros, los huéspedes, las habitamos. A veces una semana, a veces tres días. Para no tener sorpresas, suelo prestar atención a las evaluaciones que otros hicieron de las casas a las que iré. Y siempre elijo anfitriones confiables. El diciembre pasado alquilé una casa de fin de semana en Montevideo. La elegí lejos del centro y me equivoqué, porque justo me infarté en el living y casi me muero.