El muchacho tenía los pantalones a medio camino y la Sofi el vestido flojo, y le entraban y le salían manos peludas por el escote y por el elástico de la cintura. Casi tengo que entrar a vomitar del asco. Pero soy una madre, así que respiré hondo, les prendí la luz y me los quedé mirando.
—¡Mamá! —me dice, arreglándose la ropa—. Este es Pajabrava, un compañerito de la escuela.
Y me señala al galán, con la cara llena de granitos, los ojitos tristes como los de Paul McCartney, que mientras se abrocha el pantalón y se pone colorado me saluda con la cabeza.
—Usted se manda a mudar de acá —le digo sin énfasis—, y vos metéte ya mismo para adentro.
En la cocina, más calmada, recurro al papel de la madre moderna:
—¿Pero y tu novio el Manija —le digo, intentando entenderla—, qué pasó con el Manija, nena, lo dejaste?
—No —me dice la guacha, haciendo para arriba con los hombros— …estoy probando con los dos un tiempito, qué sé yo, por el momento no devolví a ninguno.
—¿Cómo probando? ¿Cómo no devolví? ¡Ay, nena, no son ropita los hombres, mi amor! —le digo con toda la impaciencia del mundo—. Si usás dos vestidos uno arriba del otro sos moderna, pero si usás dos muchachos a la vez sos media puta, Sofía…
—Ay, mamá, vos sos la menos indicada para dar cátedra sobre el tema, eh, hacéme el favor —me dice misteriosa, y enseguida pega media vuelta y se mete para su pieza.
La sigo por todo el pasillo (recién ahí me doy cuenta que sigo con las bolsas de la basura en la mano) y me meto en su habitación antes de que se cierre con llave.
—¿Qué me querés decir con eso de la menos indicada?
—Conversación terminada —odio esa contestación.
—Mientras vivas en esta casa —le digo, cada vez más cabrera—, las conversaciones se terminan cuando yo digo o cuando alguien prende la tele. ¿Me oíste? Tenés catorce años, todavía no te sabés limpiar los mocos sola, y no te voy a permitir que estés jugando a dos puntas, con dos chicos a la vez. Mucho menos en el zaguán, para que te vea todo el mundo y después seamos la comidilla del barrio.
Entonces me mira gravemente, con odio, y me dice justo lo que no tenía que decir:
—¡Mirá quién habla! La que hace una encuesta en internet para ver si le mete los cuernos a papá y le responden cuatro mil desconocidos de diecisiete países. ¡Hacéme el favor! Si yo soy media puta será porque lo aprendo en casa.
No sé cuántos de ustedes serán padres de una adolescente, pero es hora de que sepan algo: no hay nada más insoportable que, en medio de una discusión con tu hija, la guacha te gane tan fácil. Cuando te pasa eso hay que cambiar en una milésima de segundo al Plan B. No hay que dudar, porque si dudás ella se entera que ganó. Plan B automático. Fue lo que hice: la estampé contra el póster de Ricky Martin de un sopapo en el medio de la cara, tan pero tan bien puesto, con ese ruido húmedo que tiene el sopapo profesional, que si me hubiera visto el Zacarías se le cae la baba de la envidia. No fue un ¡paf! de telenovela, fue como el aplauso de un basquetbolista en un polideportivo vacío. La Sofi se me quedó mirando, agarrándose la cara con la palma, aturdida, con ganas de llorar pero sin dar el brazo a torcer. Las lágrimas se le amontonaban en el borde de los ojos sin animarse a bajar, como si tuvieran vértigo.
—Acostáte ya mismo —le digo, con la voz seca; y después le deletreo cada una de estas palabras, como en cámara lenta—: Tenés absolutamente prohibido, desde hoy, verte con ninguno de los dos, ¿me oís bien? Con ninguno de los dos, ni con el Manija ni con el Pajabrava ese. De ahora en adelante, 1) los novios tienen que entrar a casa para que los conozcamos —le enumero con los dedos mientras hablo—; 2) tenés que tener relaciones con uno por vez; 3) te tienen que durar como mínimo seis meses; y 4) lo más importante: nada de pajasbravas ni manijas ni mongoaurelios, tienen que tener un nombre que figure en el Santoral. Son las nuevas reglas, y espero sean respetadas. Buenas noches.
Salí de la habitación con la sensación de poder de los ministros de Economía después de hablarle al país.