El 11 de septiembre de 2001, cuando vimos en directo cómo el mundo se derrumbaba, y el 18 de diciembre de 2022, cuando Argentina salió campeón del mundo. Horror y fiesta en idéntica proporción.
Hice el intento de que votaran por un día o por el otro, porque yo estaba encaprichado para que fuera un solo día la temática del libro, pero se plantaron: ciento cincuenta autores querían hablar de la gesta de Qatar, y la otra mitad (porque no eran argentinos, o porque no les gustaba el fútbol) preferían recordar la mañana de 2001 en que el mundo cambió para siempre.
La decisión fue tan absurda como inevitable. Así que una tarde, casi desesperado para que no se pusieran todos a pelearse entre sí, propuse que cada cual escribiera sobre uno de esos dos días. Lo decidí de este modo más para ser salomónico que como una estrategia. Sin pensar en la estética ni el contenido del libro. Pensando en que nada se me fuera de las manos. Y el resultado fue increíble.
Del azar y del fallo nació la característica más sorprendente de este libro: el lector nunca sabe si la siguiente historia es una memoria trágica o una celebración feliz. Ese vaivén (que, ya verán, es trepidante) no lo pensó ningún editor, no lo planeó nadie: apareció solo, por error y casualidad. Como el dulce de leche, que nació gracias a que alguien se olvidó de apagar el fuego cuando intentaba calentar leche y azúcar. O como la penicilina, cuando un científico volvió de vacaciones y descubrió que un moho había frenado el crecimiento de las bacterias. O el velcro, que nació cuando un cazador notó que unas semillas se habían pegado a su ropa y al pelo de su perro.
Salvando las distancias, porque el dulce de leche, la penicilina e incluso el velcro son más necesarios que este libro, podemos concluir que donde casi siempre vemos suciedad, o fastidio, o empates, a veces se trata del destino mostrándonos un camino nuevo.
El azar y el descuido a veces construyen mejor que la planificación. Y este libro pertenece a esa estirpe. No fue diseñado en un escritorio: nació de un empate, de la imposibilidad de elegir entre horror y fiesta.
Pero ustedes ya saben: con suerte y nada más no hacemos nada. Este libro tuvo también la tremenda fuerza de un grupo concentrado en la felicidad de su tarea: redactar un texto, una biografía y un prólogo. Hay algo emocionante (sobre todo en estos tiempos de vida virtual agresiva) cuando un grupo numeroso de personas frente a un dispositivo no se gritan, ni se insultan, ni se gruñen. Cuando impera la sensatez de componer con ganas algo inútil. Tan inútil y hermoso como un libro.
Este, que se llama «Los dos extremos de un grito», tiene la cualidad del azar y también la de la alegría. Como coordinador de la tarea, solo encontré en los trescientos autores humildad, ilusión y deseos de compartir el tiempo y el espacio.
¡Pero cuidado! Este libro no es para los autores, ni tampoco para mí. Este libro es para las personas que lo leerán por primera vez. Para los que no hicieron el taller. Para los que no saben qué tiene adentro esta obra. A ellos les digo: ojalá ustedes entren a estas páginas un sábado por la tarde, a la hora de la siesta. Ojalá empiecen a leer por cualquier parte. Ojalá no sepan si el autor o la autora les está contando algo feliz o trágico. Ojalá se sorprendan y sigan con la siguiente historia. Ojalá guarden el libro en un lugar cercano para seguir otro sábado, en otra siesta.
Porque si lo hacen así, queridos lectores desconocidos, estarán recorriendo el mismo camino que los autores al escribir. Y entonces esto dejará de ser un libro, y se convertirá en un puente.