Regreso del efecto mariposa
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Mientras escribo esta columna de papel hay otra columna, de humo, que comienza a disiparse por voluntad propia. El cielo de Europa vuelve a parecerse a un cielo, y los aeropuertos de más de quince países regresan a la normalidad después de dos semanas de cancelaciones, retrasos y aplazamientos. 

El culpable de que los aviones se quedaran en tierra no fue, esta vez, el sindicato de controladores aéreos (unos señores que hacen huelga cada dos por tres) sino un fenómeno natural y lejano: la erupción intempestiva de un volcán en Islandia que, gracias a las cenizas y al viento, dejó las rutas aéreas de Europa cochambrosas e intransitables. En estas dos semanas de cielo caótico pasaron cientos de cuestiones insólitas que la prensa apuntó con agrado: hoteluchos de mala muerte de repente atestados, gente durmiendo en las calles, compañías de autobuses que triplicaron sus tarifas, embarazadas pariendo hijos en territorio extranjero, taxistas de golpe millonarios, gritos y pataletas de viajeros ansiosos. Nadie pudo ir a ninguna parte, y todos los que estaban en otra parte tuvieron problemas para regresar a casa. Pero no solo los nómades sufrieron durante estas dos semanas. También nosotros, los sedentarios que rara vez salimos de casa. ¡Ah, qué espanto de vida! No hubo manera, estos días, de sintonizar en los noticieros información que se alejara, aunque sea un poquito, de este asunto volcánico. La política europea se interrumpió porque nadie podía volar a Bruselas para legislar. Muy pocos mandatarios pudieron asistir al entierro del presidente de Polonia, que murió poco antes en un accidente de avión que no habría ocurrido si el volcán islandés hubiera despertado una semana antes. El Fútbol Club Barcelona llegó cansado a la semifinal con el Inter porque tuvo que viajar a Milán en autobús. (Apostilla: el técnico catalán, ojeroso después de veinte horas de viaje, dijo en la conferencia de prensa que se alegraba de jugar esa semifinal con el Inter, y no con el CSKA de Moscú, porque viajar por carretera a Rusia hubiera sido peor). Y así todo: política, deportes, espectáculos, sociedad. Todas las noticias de Europa estuvieron teñidas por la ceniza volcánica, y todas las páginas de sucesos venían con noticias así: un bebé inglés nació por casualidad en Praga; el Mundial de motos de Japón se suspendió porque los corredores no pudieron llegar a tiempo; docenas de taxistas franceses cobraron entre 1.700 y 2.200 euros un viaje París-Barcelona; etcétera. Lo ocurrido se asemeja a una variante de la teoría del caos planteada por el matemático Edward Lorenz, también conocida como Efecto Mariposa. La hipótesis indica que, dadas unas condiciones iniciales de un sistema caótico, la más mínima variación en ellas puede provocar que el sistema evolucione en formas completamente diferentes. Para decirlo de un modo más poético: «El aleteo de una mariposa en Montevideo puede desatar una tormenta en Hong Kong». En este caso, un volcán islandés de nombre imposible (Eyjafjalla) ha provocado, sin querer, que todo ocurra de forma diferente a como tenía que ocurrir. Unas cenizas, algo tan fino e impalpable, nos han cambiado el futuro. 

Hernán Casciari