—Escuchen todos —nos dice emocionado—, vos abuelo amasás la pizza, mamá Mirta hace la salsa, papá recibe los pedidos por teléfono, la Sofi atiende al público con una minifalda, el Caio hace el reparto en moto y yo me encargo de los números… ¿qué les parece?
El Zacarías salta enseguida y opina:
—¿La Mirta haciendo la salsa? No vamos a vender una mierda con la salsa de mierda que hace la Mirta.
Yo, enojada con mi marido, digo:
—¿Y el Zacarías atendiendo el teléfono, con el humor de perros que tiene? Es como si atendiera Kissinger…
La Sofi dice con la boca llena:
—Yo ni loca trabajo en una pizzería, eso no es fashion como la webcam.
El Caio se pone de costado, frunce la boca, se tira un pedo y dice:
—Otra vez se cagó el gato, ¡hay que caparlo a ese gato!
Y al final mi suegro nos mira a todos, se levanta de la mesa y sentencia:
—Ío faccio la pizza, eso me piache, pero tutti ustede nunca en la vita se vienen a vivire alla mia casa!
Se conoce que siempre nos pasa lo mismo, estamos llenos de buenos proyectos, pero no confiamos mucho en nosotros mismos. Al final del almuerzo, como solamente teníamos dos flancitos, hicimos el sorteo que hacemos cuando hay hambre: apagamos la luz y el que lo agarra lo agarra. Esta vez comieron postre el Nacho y el Zacarías. Se ve que las mujeres y los ancianos andamos mal de reflejos.