Al día siguiente de su llegada, una delegación de tres kanamitas se presentó en la ONU, ante toda la humanidad.
Entre ellos se encontraba el doctor Gregori, delegado principal, y el señor Robledo, un traductor designado por el gobierno.
Como en el recinto flotaba la sospecha de que los recién llegados guardaban un propósito secreto, antes de permitir que mostraran una serie de regalos que traían, el doctor Gregori exigió a los alienígenasque expusieran sus intenciones. El jefe de los kanamitas respondió en perfecto inglés:
«Nuestro propósito es que ustedes, terrícolas, vivan en paz. El sufrimiento que desprende su planeta genera ondas negativas en el universo que afectan a los seres de otras galaxias. Nosotros estamos acá para solucionarles todos sus problemas».
Los regalos de los kanamitas fueron tres: el diseño de unas pequeñas baterías atómicas de fabricación extremadamente sencilla que liberaban al planeta del problema de los combustibles fósiles; un superfertilizante proveniente de su planeta natal que convertía en nutritivo cualquier suelo de la Tierra; y los planos de construcción de campos de fuerza que ningún explosivo podía dañar.
Ante la oportunidad de una prosperidad desconocida para el planeta, la ONU aceptó sin dudar todos los regalos. Pero cuando finalizó la reunión, el doctor Gregori no estaba muy a gusto con la situación.
«No puede ser todo tan fácil, estos tipos esconden algo», decía.
El señor Robledo pensó que Gregori desconfiaba de los alienígenas más por prejuicio que por otra cosa.
A los pocos meses, la ONU se había disuelto. Gracias a los regalos extraterrestres, el arbitraje internacional se volvió innecesario, y la mayoría de las delegaciones pasaron a trabajar en las embajadas que los kanamitas instalaron a lo largo y ancho del mundo. Desde ellas, ofrecían la novedosa y única oportunidad de visitar su planeta de origen.
Un año más tarde, el doctor Gregori y el señor Robledo volvieron a encontrarse.
Gregori se había quedado fuera de la lista de uno de los viajes interplanetarios y, por puro resentimiento, había conseguido robar un libro kanamita de una de sus embajadas. Era la primera vez que un humano tenía acceso a literatura extraterrestre y precisaba de su ayuda para traducirlo. Hasta ahora solo había podido descifrar el título del libro: Cómo servir al hombre, lo que le hacía pensar que era una especie de manual de usos y costumbres terrícolas que los kanamitas habían elaborado para satisfacer a los humanos.
Trabajaron durante varios días, sin resultados. Al poco tiempo, Robledo abandonó la tarea y perdió contacto con Gregori.
En las semanas siguientes, la embajada anunció que tanto Robledo como el doctor Gregori habían salido sorteados para viajar al planeta de los kanamitas.
Feliz por la noticia, Robledo corrió a la casa de Gregori. Cuando llegó, encontró la puerta entreabierta y a Gregori dormido en su escritorio, junto al manual kanamita.
«¡Doctor!», lo despertó. «¡Nos invitaron a viajar al espacio!».
«Anoche terminé de traducir el primer párrafo», respondió Gregori apenas abrió los ojos, señalando la tapa de Cómo servir al hombre abierto al lado de una botella de whisky vacía.
Antes de que Robledo pudiera preguntarle qué decía el manual, Gregori se lo dijo, con un hilo de voz que apenas le dejó salir las palabras: «Es un libro de recetas, doctor».