Toda la eternidad junto a Marilyn
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Cuando Joe DiMaggio se separó de Marilyn le vendió a un tal Richard Poncher uno de los nichos donde la famosísima (pero efímera) pareja pensaba descansar en paz.

Después la Monroe murió y el espacio de arriba quedó vacío, hasta que también murió Richard Poncher, en 1986. Allí está todavía el hombre, alimentando sus gusanos justo arriba de los gusanos de la rubia, pero le queda poco. Su viuda, ya anciana, necesita dinero para la hipoteca de su casa y puso el nicho a la venta en eBay. «Los restos de mi esposo irán a una fosa común, yo necesito el dinero», dijo la señora con sinceridad y un toque macabro. Hace cuatro días saltó la noticia de que un japonés anónimo había comprado el hueco en cuatro millones de dólares, pero después el nipón confesó que no tenía dinero para hacerse cargo de la puja. Sin embargo, la noticia arrasó en la prensa y ahora, que el mundo está al tanto de la venta, los fanáticos de Marilyn Monroe que quieren ese sitio para la eternidad se multiplicaron y también las ofertas económicas. 

Si hasta hace una semana eran setenta los millonarios excéntricos que se habían apuntado al remate, ahora que la subasta se ha convertido en mediática, la viuda ya tiene más de doscientos moscardones subiendo la apuesta, de a millón por millón. De repente, ese sitio en el cementerio Memorial Park de Los Ángeles se convirtió en el metro cuadrado de tierra más caro del mundo, y el más deseado por los fetichistas románticos. 

Inmediatamente después del boom informativo, un particular puso a la venta un nicho que queda a setenta metros del de Marilyn. Bastante lejos, es verdad, pero lo vendió enseguida en 250 mil dólares. Lo interesante del asunto es que ha nacido, casi sin querer, una nueva emergencia económica, una nueva demanda bizarra: la de yacer de por vida al lado de algún famoso. Todos aquellos que tienen parientes cerca de Elvis, de Gardel, de Kurt Cobain o de Eva Perón, ya deben estar haciendo sus cuentas. «¿Se molestará mi difunto esposo si lo quito de allí para vender el terrenito por internet?». Todo vale. ¿Que su pariente no está encima de un mito, sino de un actor secundario? Póngalo también a la venta: si por uno se pagan millones tal vez por el otro nos den varios miles, que tampoco está mal. Quizá sea éste el tiempo en donde lo prestigioso ya no sea morir y ser enterrado en sitios amplios, memoriales, de nombres suaves, con álamos y tranquilidad, sino ser depositado cerca de una celebridad, de un famoso, de una mujer que en vida fue guapa, de un hombre que antes cantaba muy bien. Que exista la oferta no sorprende tanto. Lo que alucina es que haya tanta demanda. Tanto fetichista, o mejor: tanta presunta frivolidad. ¿Gastarse tantísimo dinero? ¿Por qué? Si al final estarás muerto y no podrás disfrutarlo. O tal vez sí. Quién lo sabe… La muerte ya es, en sí misma, un traslado extraño y misterioso. Nadie sabe exactamente lo que ocurre después. Morir es como mudarse al conurbano: tristeza, oscuridad e incertidumbre. Lo deseable (si podemos pagarlo, claro) es que al menos los vecinos sean gente conocida. 

Hernán Casciari