Un belga en casa (*)
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Yo todavía vivía en España. Y una mañana recibí un correo de una revista de Bruselas: era una revista cultural que me quería hacer un reportaje. Les dije que sí, sin muchas ganas, porque yo estaba muy deprimido en esa época, y tuvimos una charla por Skype bastante simpática; aunque nunca supe bien de qué. Y después me olvidé de todo.

Dos semanas después me escribieron de nuevo. Me agradecían la nota y me decían que en su sección de entrevistas no ilustraban el texto con fotos, sino con dibujos, y me pedían permiso para mandarme a un dibujante a mi casa de Barcelona. A mí me pareció muy raro, y además me pareció un dolor de huevos tener que recibir a un dibujante que tiene que estar mucho tiempo en tu casa. Y ahí empezó el asunto.

Lo gugleé un poco al tipo, se llamaba Jeroen Janssen y por suerte era un dibujante genial. Yo seguía sin tener ganas, pero igual les dije que sí, que lo mandaran.

Un día yo estaba durmiendo la siesta y sonó el timbre. Era el dibujante. Había entrado por atrás de mi casa y estaba sentado en mi patio, dibujando. Sentado en el jardín de mi casa, lo más tranquilo lo vi, y me di cuenta de que era un hippie viejo, cincuenta, sesenta años, con el pelo largo, con un jardinero, olor a hinojo.

Nos saludamos en la puerta de mi casa, tenía los ojos claros, yo estaba deprimido. Es horrible cuando estás deprimido y a la gente que parece feliz te dan ganas de fajarla.

Nos saludamos y nos dimos cuenta inmediatamente de que él no sabía español y que yo no sabía francés. Así que lo saludé y le dije que entrara, y él me dijo medio con señas, porque no sabía mi idioma, que no me preocupara, que yo hiciera lo de siempre. Que fuera al banco o a pasear o a almorzar con mi familia, que él solamente me iba a seguir y me iba a dibujar. Y yo le dije, también con señas, que yo estaba deprimido, que yo durante todo el día me sentaba en el escritorio y no hacía nada. Le dije incluso:

—Mirá ese charco de baba que está ahí, es de ayer, todavía no lo limpié. Y él me dijo:

—Oooh.

Y se sentó en un taburete y me empezó a dibujar sin ningún problema. Me dibujaba, hacía bocetos y tiraba los bocetos al suelo, no porque no le gustaran, sino porque era su forma hippie de guardarlos. Y yo me senté en la computadora sin saber qué hacer. Pensé: «¿Tengo que estar ocho horas con este hombre?». Yo hacía tres meses que no escribía. Lo único que hacía, en medio de mi depresión, era mirar porno y los goles del Barça, era todo lo que hacía.

Entonces medio que empecé a caretear que escribía, me puse a escribir «fhw fhw» en Word, y él me dibujaba y yo pensaba: «¿Cuánto puede durar una persona sin hacer lo que hace siempre, que es mirar porno y los goles del Barça?».

Más o menos a las tres horas de careteo mío y dibujo silencioso de él, el belga ya era como un mueble: yo veía el horno, el belga, la cafetera, el sofá, era todo lo mismo. Y supongo que me relajé sin querer, empecé a olvidarme de que el tipo estaba ahí, a cinco metros, y en un momento se me escapó un pedo, un pedo de gordo que piensa que está solo, ¡es tremendo! Se me escapó el pedo y dije: «El belga, el belga, el belga». Lo miré y vi que el tipo había dejado de dibujar por primera vez en tres horas. Y yo empecé a sentir vergüenza, cómo iba a hacer eso delante del tipo.

Y entonces pasó algo que me parece el gesto de generosidad más grande del mundo: el belga en un momento se puso de costado y se tiró él otro pedo, mucho más lindo que el mío, un pedo europeo, un pedo maravilloso, parecía una jam session el pedo. Los dos nos quedamos mirándonos después de habernos tirado el pedo y, seguramente, empezó a crecer en nosotros una especie de complicidad, y después él siguió dibujando en silencio y yo me lo quedé mirando, y juro que fue la primera vez que tuve comunicación amistosa por el culo con otro ser humano.

Y es increíble cómo se genera complicidad. Ya pasaron algunos años de esto, pero sigo creyendo que fue un momento importantísimo de mi vida.

Hernán Casciari