¿Un maté pour moi?
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Pausa

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Una playlist de 125 cuentos

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Hay un libro hermoso del periodista peruano Julio Villanueva que se llama De cerca nadie es normal. Un título maravilloso, porque es verdad. Nadie es normal desde el microscopio.

Vos pensás que tu rutina privada es presentable, más o menos corriente, hasta que un extraño se mete en tu casa y te mira en silencio y de cerca durante cuatro horas.

El otro día les contaba que se me metió un belga en mi casa a dibujarme. Fue tremendo. Yo descubrí, por ejemplo, con el belga al lado, que la cantidad de termos de mate que yo me tomo en cuatro horas no tiene gollete, es demencial. Todos los días tomo mate y siempre me había parecido lógico tomar tantos litros, pero cuando estuvo el belga en mi casa, dibujándome, yo pude notar la extrañeza en sus ojos cada vez que yo ponía el agua, o llenaba el termo, o cambiaba la yerba, o tomaba el mate. Abría los ojos y decía: «¿Otra vez?».

Porque no entendía por qué lo estaba diciendo. Yo me imaginaba a cada rato que él pensaba: «¿Será tan gordo por eso que chupa? ¿Será droga eso que chupa?». Yo pensaba, me metía en la cabeza de él.

Todas esas preguntas convivían, confusas, en los ojos del dibujante. Parecía fascinado por el mate, lo dibujaba todo el tiempo, dejó de dibujarme a mí y empezó a dibujar el mate, el repujado de metal de las patitas, la bombilla doblada, el humo de la pava. Y a mí me daba bronca que la barrera del idioma no me dejara explicarle qué era eso que yo tomaba.

Y entonces me acordé de una cosa que resultó ser como un salvavidas de babel. Busqué en la biblioteca la versión francesa de mi novela Más respeto que soy tu madre. Esta novela, por suerte, está traducida a muchos idiomas y yo tengo en mi biblioteca todas las traducciones, y agarré la novela, la francesa, y se la regalé. Le dije:

—Mhu, mhu —que es mi forma de decir «te la regalo», y él me respondió:

—Uhuhuuhu —que es su forma de decir «gracias».

Y después le dije:

—Leé esto. Leélo ahora.

Porque ahí hay un capítulo, en esa novela, dedicado al mate. A su porqué, a lo que significa para los rioplatenses el mate.

Le traje el libro y le dije que leyera el capítulo veintidós, y él leyó, en francés, algo más o menos así:

«El mate no es una bebida —dice la protagonista de la novela—. Bueno, sí. Es un líquido y entra por la boca. Pero no es una bebida. En Argentina nadie toma mate porque tenga sed. Es más bien una costumbre, como rascarse. El mate es exactamente lo contrario que la televisión. Te hace conversar si estás con alguien, y te hace pensar cuando estás solo. Esto pasa en todas las casas —el belga leía con mucha atención—. Esto pasa en la casa de los ricos y en la de los pobres. El mate pasa entre hombres charlatanes y chismosos, pero también pasa entre mujeres serias, profesionales o inmaduras. Pasa el mate entre los viejos de un geriátrico y entre los adolescentes también, mientras estudian o se drogan, es lo mismo. El mate es lo único que comparten los padres y los hijos sin discutir ni echarse en cara. Peronistas y gorilas ceban mate sin preguntar. En invierno y en verano. Es lo único en lo que nos parecemos las víctimas y los verdugos. Los buenos y los hijos de puta. Este es el único país del mundo donde la decisión de dejar de ser un chico o una chica y empezar a ser una persona grande ocurre un día en particular. Nada de pantalones largos, ni de viaje iniciático, ni de menstruación ni de circuncisión. Nada. Acá empezamos a ser grandes el día que tenemos la necesidad de tomar por primera vez unos mates solos. En casa. Sin nadie. Sin los hermanos mayores, sin los padres, sin el abuelo. No es casualidad; no es porque sí. (Todos, ¿eh? Todos los que están en la casa, los que estamos acá en el estudio, en algún momento nos tomamos un mate solos. Fue al final de la infancia, al principio de la adolescencia, pero no nos acordamos cuándo. Y no es casualidad, pero en absoluto, no es porque sí). El día que un chico pone la pava al fuego y toma su primer mate sin que haya nadie en casa, en ese minuto, es porque descubrió que tiene alma», eso leyó el belga y después me miró, cerró el libro y me dio la impresión de que había entendido algo, porque guardó el libro en la mochila, se señaló el pecho y me dijo:

—¿Maté pour moi?

Yo le dije que sí, que por supuesto, y le cebé uno. Y cuando me lo devolvió, tomé otro yo y le pregunté con una seña si quería más. Y me dijo que «oui».

Nos bajamos dos termos de mate con el belga mientras él dibujaba y mientras yo escribía. Y esas últimas cuatro horas, en mi habitación de trabajo, ya no fuimos un gordo raro y un belga hippie; de repente nos convertimos en dos colegas trabajando en cosas simples que nos gustan: escribir y dibujar.

Dibujar y escribir como si no hubiera otra cosa para hacer en la vida. Como si el mundo fuera un lugar diseñado, exclusivamente, para que los desconocidos nos hagamos compañía.

Hernán Casciari