Un país donde las cosas valen cero
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Se está librando en el mundo entero una batalla silenciosa, de algún modo inútil, de algún modo también histórica, sobre el futuro de los contenidos en internet. 

Por un lado están los usuarios (en muchos casos nacidos en la era digital) que pretenden acceder a los productos y servicios culturales de manera libre. ¿Cuáles son estos servicios? Mayormente música, cine y libros. Por el otro lado están las industrias (discográfica, audiovisual, editorial) que luchan a brazo partido para poder comercializar estos productos y servicios, como ocurría desde finales del siglo diecinueve y durante todo el ancho siglo veinte. La batalla es farragosa y lenta. La gente de a pie comienza a acostumbrarse a compartir los contenidos culturales mediante redes anónimas. ¿Tengo curiosidad por esta música? La descargo. ¿Quiero ver esta película? La bajo de internet. La postura industrial es que, si la cultura es gratuita, la cultura se muere. Porque, ¿qué recibirán a cambio los artistas, qué comerán, qué darán de comer a sus hijos?

Esta semana entró en vigor en Suecia la ley contra la piratería cibernética, que persigue el intercambio no autorizado de archivos en Internet. Con enorme difusión mediática, el primer portal demandado, The Pirate Bay, perdió el juicio y fue multado por ofrecer enlaces a descargas de contenido protegido por copyright. También hay previstas penas de prisión para sus creadores. Pero, ¿cerró la web? No, al contrario. El portal maldito sigue online, ahora con el doble de usuarios registrados. La publicidad mundial alertó a miles que no conocían el sistema y ahora The Pirate Bay ofrece más cultura que antes. 

Como se ve, la posición de los usuarios es diferente a la postura oficial. Están hartos de la industria tradicional y su sistema de acopio. No quieren un internet ordenado, ni privatizado, ni estatizado. Internet es un nuevo país en donde las cosas tienen un valor cero, dicen. Y sacan pecho y lo repiten: que les quede claro a todos, no se le puede poner tranqueras al campo. En Francia, la Asamblea Nacional aprobó una enmienda de la llamada ‘ley Sarkozy’, que prevé suspender la conexión de los internautas que, tras dos avisos, sigan intercambiando archivos por internet. La primera advertencia será por mail. La segunda por carta documento. En este siglo, suspender de conexión a una persona por el delito de consumir cultura compartida, es lo mismo que, en el siglo pasado, castigar al que se robaba un libro con el analfabetismo. 

¿Pero qué hacer entonces con la propiedad intelectual, los derechos, los autores, el copyright y la mar en coche? Para muchos una buena idea, en lugar de castigos, multas y prisiones, sería el de encontrar nuevos modelos de negocio. La gente sigue allí, la gente consume más que antes. ¡Seduzcan a la gente! ¿Qué hicieron los empresarios del hielo seco cuando aparecieron las primeras heladeras en el mercado? Pueden haber pataleado un buen rato por el fin del negocio, pero es improbable que hayan pactado con los Estados la desconexión de la electricidad a los que usaran sus propias cubeteras.

Hernán Casciari