A veces la crisis tiene sus ventajas. Al Nacho se le ocurrió aprovechar que la gente del barrio no tiene un mango para hacer regalos a los hijos, y el sábado puso un cartel en la puerta de la pizzería.
Hacía mucho tiempo que la familia no vivía un día entero sin broncas, peleas o zapatillazos. Cuando el Zacarías está contento nos contagia y nos alegra a todos. No es muy común verlo feliz: será por eso.
La cena con los Peroti se desarrollaba normalmente. Aburrida. Insípida. Como siempre, el Negro y mi marido nos contaban por enésima vez sus anécdotas de la colimba, cuando eran compañeros en el Regimiento 6 de Infantería.
El Zacarías y el Nacho salieron para Luján esta noche, ni bien los encontraron. ¡Y nosotros llamando a las fuerzas públicas de Mercedes! Lo único bueno de estos descerebrados es que se mandaron la cagada a treinta kilómetros, así que con suerte en el barrio nadie se entera de que están presos, porque me puedo llegar a morir de la vergüenza.
Anoche pasó una cosa rarísima. En realidad dos. La primera cosa rarísima es que me los encontré al Caio y a la Sofi tomando mate en la cocina y hablando. Ni se escupían, ni se rasguñaban, ni el Caio quería tocarle las tetas a la hermana, ni la Sofi lloraba, ni nada de lo de siempre.
Después de largas negociaciones familiares decidimos que el veredicto final lo dé la ciencia, y lo llamamos urgente al licenciado Mastretta. Él nos diría si lo del Borjamari era locura o si solamente se hace el loco para llamar la atención. Mastretta aceptó venir si le pagábamos el precio de una consulta, y llegó a casa al mediodía.
Son casi las seis de la mañana. Amanece. Toda la familia en el patio alrededor del Borjamari. Esta cena que empezó a las diez de la noche (maldita la hora que se me ocurrió invitar a nadie) va a ser la cena más larga de la historia.
Para esta época empezamos a decidir a dónde vamos a decirles a los vecinos que nos vamos de vacaciones. Lo que hacemos en realidad es encerrarnos quince días en casa sin asomar la nariz a la puerta, pero igual hay que poner un lugar.
El domingo la Sofi iba por la mitad de Juan Salvador Gaviota, y nadie lo podía creer. Debe ser la primera Bertotti (sacando al Nacho) que va por la mitad de algo que tiene tapa. El fin de semana se habrá pasado como quince horas boca abajo en el piso de la cocina leyendo.
Cuando todavía el Nachito era hijo único el Zacarías me pegaba. Una vez me cruzó la espalda con una tira de asado congelada y casi me descoloca la columna. Yo no sabía qué hacer porque me daba vergüenza y no se lo contaba a nadie, hasta que un día mi mamá me vio la marca del costillar en la espalda y se dio cuenta de todo.