De noche, cuando en casa mi vieja duerme, salgo a lo oscuro y me escondo atrás de un zaguán o de una enredadera o del baldío de Suárez. Cuando aparece una (puede que me pase dos horas esperando, porque en Mercedes de noche no andan mujeres), sea linda o sea fea, le tapo la boca con la mano y la arrastro hasta el terrenito que está pasando DuPont.
Hoy con el Zacarías decidimos irnos a dormir temprano, pero cuando entramos a la pieza oímos susurros en el patio. Dos voces hablando muy bajito. Y nos quedamos quietos, un rato, oyendo. Por la persiana vimos que eran el Caio y la Sofi, y sentimos el olorcito dulzón del porro llegándonos por la ventana. Ellos, ajenos al mundo, boca arriba, miraban el cielo.
Don Américo volvió de Europa muy cambiado, casi humano. Hace ya unos días que llora en un rincón, arrepentido de haber tratado tan mal a su esposa. No sabíamos qué hacer, hasta que la Negra Cabeza, que es medio bruja, dijo que podíamos invocar a mi suegra, la finada doña Franchesca, para que el Nonno le pidiera perdón.
No quiero hacer suspenso, corazones. Cuando no sabés cómo decir algo tenés que soltarlo y punto. Esta noche se murió José María, el novio del Nacho, y yo estoy que no puedo tenerme en pie.