Durante mi ausencia, un grupo de comentaristas rebeldes y una máquina escupespam intentaron, con todas sus fuerzas, convertir Orsai en un nido de ratas. Esta anarquía me hizo acordar a las épocas en que mis padres se iban a Mar del Plata y yo me quedaba en casa 'a estudiar', porque me había llevado todo a marzo.
Ahora leo que más del 50% de las mujeres jóvenes consume alcohol esporádicamente en la Argentina, y me vienen a la cabeza las entrañables borrachitas de mi época, que eran mucho menos en número pero mil veces más constantes en periodicidad de consumo. Y es que, para mi modo de ver, la mujer borracha, cuando es joven y está al aire libre en una fiesta, es mejor que casi todas las cosas sobrias que existen.
Hasta hace una semana Cataluña y sus costumbres me importaban un carajo, pero ahora que tengo descendecia nativa me estoy empezando a interiorizar por esta raza. Y he descubierto algo increíble: los argentinos hemos recibido de esta gente dos herencias fundamentales: la forma de pronunciar piyama y el pito catalán.
¿La verdad? Me levanté sin la más mínima expectativa, porque últimamente no me dan más que disgustos. Pero cuando voy a la cocina, entre el pin de Sandro de América y la entrada del Gran Rex de noviembre del noventa y nueve, entre la receta de la pizza, es decir, pegada en la heladera, me encontré con la sorpresa más linda del mundo.