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Pausa
El treinta de mayo de 1999, a la corta edad de diecisiete años (que para un perro es como un siglo), dejó de existir nuestro amado Sumcutrule, luego de una corta dolencia, tras ser aplastado por un citroën América amarillo patito matrícula B-1384009, tripulado por un hijo de una gran puta que no se detuvo a socorrerlo. Desde entonces, cada treinta de mayo, en nuestra casa reinan el silencio, la congoja y la reflexión.
Estuvimos tres horas buscando al gato por todo el barrio, pero no aparecía. Al principio pensamos que se había escapado por culpa de los petardos de las Fiestas, pero después la Sofi descubrió la camiseta del Caio llena de pelos. Así que al Zacarías no le quedó otra más que torturar un poco al chico para que confesara.
Anoche el Cantinflas se cayó en la olla grande de la salsa de tomate y no sabemos si casi se ahoga o si casi se quema. Mi suegro notaba —cuando revolvía— que el cucharón de madera se trababa un poco, pero no se dio cuenta de nada hasta que el gato, en un último manotazo de ahogado, sacó una pata y casi le arranca un ojo.
El otro día alguien me pedía que hablara del Cantinflas, y yo quise esperar hasta hoy (que cumple seis años), así que les voy a contar cómo llegó a casa, caído propiamente del cielo, en la primavera del noventa y nueve.
Domingo. Hace treinta años que me despierto sobresaltada con la voz de un señor relatando una carrera de autos de Turismo Carretera. Antes era la radio; ahora es la televisión. Al Zacarías le gusta despertarse a las nueve, poner la carrera y quedarse dormido otra vez. Es una manía.
Revolví toda la casa y no encontré una puta foto del Cantinflas para armar carteles y ponerlos por el barrio. No tenemos un mango para dar de recompensa, pero yo confío en que la gente es buena... Igual no encontré ni una foto del Cantinflas.
Esta mañana desapareció el Cantinflas y la vida se me está cayendo a pedazos. El que no me conoce podría pensar que me gusta el cine mexicano de risa, pero Cantinflas es nuestro gato, y desde anoche que no vuelve.