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Pausa
Una tarde de 2006 sonó el portero eléctrico de mi casa, en Barcelona.
—Hola, soy Woung, ¿está Hernán? —me dijeron.
Una voz joven.
—Sí, él habla.
—Ay, necesito verlo. Me vuelvo esta noche, hice el viaje para conocerlo. ¿Podré pasar un ratito?
Hay un libro hermoso del periodista peruano Julio Villanueva que se llama De cerca nadie es normal. Un título maravilloso, porque es verdad. Nadie es normal desde el microscopio.
Yo todavía vivía en España. Y una mañana recibí un correo de una revista de Bruselas: era una revista cultural que me quería hacer un reportaje. Les dije que sí, sin muchas ganas, porque yo estaba muy deprimido en esa época, y tuvimos una charla por Skype bastante simpática; aunque nunca supe bien de qué. Y después me olvidé de todo.
Cada vez que mi madre se va de aquí (me visita los martes y los jueves), camina hasta el portal del patio, me mira a los ojos desde lejos y me hace una seña o un gesto extraño. Es una especie de guiño que ella cree que tiene conmigo. Algo secreto, supongo. Y yo nunca me atrevo a decirle que no sé qué coño me quiere significar con eso.
Querida Francisca:
Mañana, cuando regreses al hospital en una de tus habituales visitas de los martes, para ver a tu hermano Antonio, alias el Gelatinas, yo no estaré tras los cristales del pasillo adorándote con los ojos, como te tengo malamente acostumbrada.
El amor nace en las tripas pero se hace mayor de edad en la cabeza. Por ejemplo, yo estoy mucho más enamorado de Francisca cuando pienso en ella que cuando por fin la veo. Cuando la veo (ayer la vi) me laten todos los órganos: el corazón marca el ritmo de la batería, el hígado hace sonar las maracas, los pulmones tocan el clarinete y el páncreas las tumbadoras. A los intestinos los mantengo en silencio porque suelen hacer un ruido rancio.
Cuando ocurre algo que nos llena de vergüenza o de humillación, la frase típica es «trágame tierra». Pero como yo creo muy poco en los milagros geológicos, cuando algo me da vergüenza solamente pido que se corte la luz. La oscuridad como escudo es igual de eficaz que un terremoto, pero mucho más probable (por lo menos en los países mediterráneos). En vez de «trágame tierra» yo suplico «córtate electricidad» o, si estoy en el patio «eclípsate, sol». Casi nunca pasa nada, pero siempre tengo a mano el plan B: «Abajo, párpados». Este último funciona siempre.
Ya lo he dicho muchas veces: los jueves son días de visitas. (También los martes, pero en ese caso solo familia directa). Los jueves es cuando aquí se abren las puertas y llegan personas de toda calaña: amigos, madres, exmujeres, hijos, estudiantes de fotografía, exhijos, señoritas videastas, etcétera. Los hospitales suelen ser lugares sombríos para el que llega desde afuera, y nosotros lo notamos en los gestos de quienes pisan esta tierra de nadie por primera vez. Sabemos diferenciar al primerizo. Lo olemos. Y nos gusta hacerle alguna que otra broma inocente.