El 8 de septiembre de 2003 me apuntaron con un arma por primera vez en la vida. El caño me tocaba la frente, no de lleno sino de costado, y nunca supe si la pistola tenía balas. (Tampoco quiero saberlo ahora). Me había enterado unos días antes que Cristina estaba embarazada, y en eso pensé mientras era encañonado. Pensé en un hijo sin padre, en una viuda con panza, en un tipo de treinta y dos años desangrándose a quinientos kilómetros de casa. Y también me acordé de un chiste; un chiste muy malo.