Si desapareciera la Argentina del planeta la gente comería una carne dura, nerviosa, mal asada; pero nada más. No se solucionan los grandes problemas de este mundo. Lo peor que podría pasar, sin argentinos en el mundo, es que la costa catalana, en verano, se quedaría sin camareros. Argentina es uno de los muchos países que no le hacen mal a nadie. Y tampoco bien.
Lo mismo ocurre con España. ¿Qué pasaría si España no existiera? Poca cosa: los toros vivirían sin sobresaltos, morirían de viejos, y Daniela Cardone tendría que pasar el invierno en Buenos Aires. Si no existiera Francia, comeríamos otra clase de pan (eso ya me jode un poco). Y si no existiera Italia, la Fórmula Uno sería un poco más peleada. Nada del otro mundo.
Después están los países que, desapareciendo, le harían un favor involuntario a la humanidad. Por ejemplo, Etiopía. Por culpa de esta gente, en el mundo hay hambre y en atletismo no hay quien gane. Si no existieran los etíopes las carreras de cien metros llanos serían más emocionantes, y no nos sentiríamos tan culpables cuando tiramos las sobras del arroz con pollo a la basura.
Si, de un día para el otro, nos quedásemos sin Japón, toda la gilada que consume ‘manga’ tendría que empezar a hacer algo productivo con su vida. Pero también hay muchas contras: sin los japoneses, tendríamos que volver a sacar las cuentas con los dedos y el mundo se quedaría sin turismo boludo. El turismo boludo es importantísimo, sobre todo para los países que no tienen paisaje. Vos ponés un monumento cualquiera, cobrás 11 dólares la entrada, esperás que lleguen los japoneses y al rato ya te crece el PBI.
Hay otros países que, de no existir, ayudarían a mejorar el paisaje de naciones vecinas. Si desapareciera San Marino, por ejemplo, Italia tendría un agujero en el medio, como el Cañón del Colorado, que se llenaría de turismo japonés. Si desapareciera Paraguay, Bolivia podría tener por fin un puerto y nacería una nueva raza: los bolivianos pescadores. Si desapareciera Chile, los alumnos de Sudamérica calcarían los mapas muchísimo más rápido y sin quejarse. Y si desapareciera Haití, la gente del Blockbuster tendría que poner las películas de zombies en la góndola de ciencia ficción.
Hay otros países que, al desaparecer, provocarían una especie de caos mundial. Inglaterra, sin ir más lejos. Si de la noche a la mañana desaparecen los británicos, quedarían un montón de islas y peñones huérfanos y a la deriva alrededor del ancho mundo; isleños que de golpe no sabría a quién chuparle las medias, gente que tendría que recortar el ángulo superior de sus banderas y reintegrarse, con desgano, a esos países pobres que están tan cerca de sus costas como lejos de su corazón.
Y luego están los países necesarios. Sin ellos, el mundo sería peor en serio. Si no existiera Brasil, por ejemplo, América Latina sería un pasillo angosto para ir de Argentina a México, y nada más. El Barça sería un equipo de siete jugadores muy malos, y la música viviría en una frontera entre lo serio y lo solemne. Las mujeres del resto del mundo, si Brasil no existiera, no sabrían qué culos envidiar, y dejarían de ir a los gimnasios, provocando una irremediable tristeza masculina. Si no existiera Brasil, no tendría sentido enfocar las tribunas en los Mundiales.
Sin los chinos, Asia perdería la categoría de continente y pasaría a ser un fiordo, y el periodismo mundial tendría que archivar la bonita frase «fueron hallados por la policía en un sótano, malviviendo en condiciones infrahumanas». Si no existiera Rusia, la pornografía en Internet se quedaría sin fotos de adolescentes putas con carita virginal, y la mafia volvería a hablar en italiano, que es un acento que hace más simpático y querible al crimen organizado.
Sin Rumania, los coches del mundo no tendrían quién les limpiase los parabrisas en los semáforos. Sin Grecia, los relatores deportivos no se verían en la obligación de estudiar por la noche apellidos imposibles. Si no existiera Marruecos, los españoles entenderían que también hay delincuencia autóctona. Si no existiera Perú, Fujimori podría salir de Japón y hacer turismo boludo. Si no existiera Taiwán, estarían vacíos los desvanes donde guardamos las cosas que se rompen enseguida. Si no existiera Uruguay, los porteños tendrían el océano a la salida del subte. Si no existiera el Vaticano, no andaríamos todos como locos buscando la moneda de euro que nos falta para llenar el álbum.
A estas alturas del artículo, no pocos lectores están esperando la impostergable referencia a los Estados Unidos. Sospecho que casi todo el mundo se ha preguntado alguna vez cómo sería nuestra vida sin yanquis en el mundo. Qué perdemos y qué ganamos.
Estados Unidos es el grandote de la escuela, el que repitió dos veces, el descerebrado que no lideraba por derecho sino por anormal y por grandote. Si no existiera Estados Unidos, Canadá sería un continente, antes que nada. La televisión sería peor. El cine, mejor.
Y la mayoría de los países del mundo, igual que nosotros cuando al grandote pelotudo lo cambiaron de colegio, respiraríamos en paz.