Para ser hincha de Borges, pero hincha en serio, ojo, es necesario ir todos los domingos a la cancha. No vale ser «simpatizante». Es decir, no vale comprarse los tres tomos color manzana y tenerlos a la vista en el anaquel. No vale «haber leído» a Borges. Para ser un incondicional, por lo menos la Poética Completa tiene que vivir en el baño, arriba del canasto de la ropa, junto a la revista dominical del diario y el Deportivo del lunes.
Para empezar, hay que saber que Borges dijo todo lo necesario que había para decir en el mundo. Si no tenés bien clarito esto, no podés ser hincha. Las demás cosas que dijo o escribió el resto pueden estar bien o mal, pero no son tan tan tan fundamentales. Por eso, en cualquier conversación jugosa sobre cualquier tema, un hincha en serio no tiene otra opción que decir, cada dos por tres: «Boludo, ya lo decía Borges», y poner cara de barrabrava.
Los hinchas de Borges no son intelectuales. Les importan un carajo las siguientes palabras: semántica, silogismo, hipertexto, entrelínea y epistemología. Los hinchas de Borges no compran nunca, ni a punta de pistola, libros que estudian la obra de Borges, ni libros que chusmean sobre su vida privada. Los barrabrava más radicales incluso van a las librerías a quemar este tipo de literatura analítica o biográfica, mientras cantan de esta forma:
«Sarlo,
qué asco te tengo,
lavate el culo
con aguarrás».
O de esta otra:
«María
Kodama,
la concha de
tu hermana».
Lo que sí hacen los hinchas muy a menudo es juntarse en un departamento a fumar porro y leer a Borges en voz alta, pasándose el libro cada tanto para que no se les seque la garganta a ninguno.
Se empieza con la poética y se sigue con algún cuento. Después, hacia las tres am, se mechan ensayos cortos para no caer en el fanatismo barato. Si bien no es conveniente conversar mucho durante estas tertulias, está permitido, cada tanto, intercalar alguna interjección. Por ejemplo:
Lector: —A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: la juzgo tan eterna como el agua y como el aire.
Oyente: —¡Qué hijo de una gran puta!
Las hinchas femeninas de Borges fuman como un escuerzo y son, a los ojos de las señoras de los otros edificios, más putas que las gallinas de la raza ponedora. Puede invitarse a una tertulia a señoritas decentes para disimular, incluso a vírgenes, pero entre la medianoche y el alba pasan dos cosas: o se quedan dormidas —en tal caso hay que despertarlas y pedirles un taxi— o entienden de golpe el mundo y empiezan a manotear la poronga del que está leyendo.
Otra conversación aburrida y tópica, a la que los hinchas le escapan como el gato al agua, es la que gira sobre la sexualidad de Borges. A un barrabrava serio no le importa si a Borges se le erguía o no la chota en la intimidad. Ni le preocupa en lo más mínimo que su literatura esté excenta de salvajismo sensual. Los hinchas están en contra de Estela Canto y de todas las mujeres que se han querido hacer famosas a costa de la impotencia del escritor. Si Borges no se las cogía, es porque eran feas.
Adolfo Bioy Casares es un problema para la hinchada. Siempre lo fue. Se acepta y festeja su amistad con Borges, pero muchos hinchas no están de acuerdo con la literatura de Bioy. No les divierte, no los seduce, no les calienta. Pero igual —a pedido de los fanáticos muy radicales— a veces en las tertulias se lee un poquito de La Invención de Morel: más que nada el prólogo. Y santas pascuas.
Por último, pequeños detalles para ser un buen hincha: los libros de Borges no se prestan: se regalan. Está permitido decirle «el ciego» en la intimidad, pero nunca delante de gente que no sea barrabrava. No necesariamente hay que obsesionarse con las espadas, los mayores, el sajón, los espejos, el color amarillo ni el idioma alemán (una cosa es ser fanático, y otra cosa es ser adolescente histérico). Para un buen hincha, el mejor dibujo de Borges lo hizo Hermenegildo Sábat.
Pero lo más importante para un hincha en serio es no hacer alarde de Borges. No hay que decir nunca (y mucho menos en un blog que se lee en la península) que Borges es el mejor escritor en castellano de todos los tiempos. Porque a los cervantinos se les atraganta la comida cada vez que descubren que la Eurocopa a veces la ganan, sí, pero que el Mundial fue y será siempre blanquiceleste.