Borges se queda afuera de la isla
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El año pasado, una serie norteamericana muy famosa hizo aparecer a uno de sus personajes leyendo una novela de Bioy Casares. La serie se llama Lost, y la novela de Bioy es La invención de Morel.

Con avidez, los fanáticos de la serie en todo el mundo averiguaron que la trama de esa novela argentina (bastante desconocida para las juventudes alemanas, norteamericanas y japonesas) se asemeja bastante a la trama de la serie: entre otras cosas, ambas historias ocurren en una isla donde el espacio-tiempo no es el que parece. ¡Ah, el rumor corrió a la velocidad de la luz! En menos de cuarenta y ocho horas, la librería virtual Amazon comenzó a vender copias de La invención de Morel como si fuera pan dulce en Navidad. De un puesto recóndito en el ranking, la novela de Bioy escaló en ventas y estuvo una semana entera en el casi imposible top ten de la lengua inglesa. Y de este modo fortuito, o quizás no tan azaroso, miles de muchachos de diversas lenguas accedieron a nuestra literatura contemporánea, gracias a la televisión. 

Recordé esta anécdota hace unos días, porque la misma serie de televisión acaba de tener otra relación indirecta con la literatura argentina. En este caso una relación trunca que me llenó de rabia. Lo resumiré: la serie Lost comenzó esta semana su última temporada, y es tan enorme su éxito en cada rincón del planeta que se habla, y mucho, de un acontecimiento histórico. El canal que emite la serie en España (la cadena Cuatro) preparó una publicidad muy espectacular anunciando el episodio inicial. El spot, que hace un paralelo entre la serie y el juego de ajedrez con el fondo de un poema del persa Omar Jayam, gustó muchísimo en Norteamérica y se grabó uno idéntico en inglés, con la locución del actor Terry O’Quinn, protagonista de la trama. Esa versión, la sajona, alcanzó en YouTube picos inusitados de audiencia, y la obra de Jayam resultó muy beneficiada por la publicidad. 

Hace un par de días, el creador español del anuncio comentó que su intención inicial no había sido usar el poema de Jayam («todo es un tablero de ajedrez de noches y días, donde el destino, con hombres como piezas, juega») sino que él quería usar el soneto llamado Ajedrez, de Jorge Luis Borges, que dice más o menos lo mismo pero de un modo superior: «En su grave rincón, los jugadores / rigen las lentas piezas. El tablero / los demora hasta el alba en su severo / ámbito en que se odian dos colores». Esas líneas tendrían que haber sido las protagonistas de una locución en off que recorre estos días el mundo, de oreja a oreja entre adolescentes y jóvenes que suelen leer más bien poco, y que se maravillan escasamente con aquello que no sea audiovisual. Pero no fue así. El director del video tuvo que recurrir a Jayam en última instancia, porque el soneto de Borges no pudo ser usado «debido a implicaciones legales en los derechos de autor», según dijo. Y mi rabia tiene su centro aquí, en este punto. Es una rabia que ya lleva años. Me molesta en el hígado que Borges tenga un dueño, y que además sea un dueño tan mezquino y torpe. 

Hernán Casciari