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Pausa
Desde siempre estoy medio en contra de los derechos de autor. Todos mis cuentos, los que leo acá o los que están en mis libros, todo es de libre acceso. Cualquiera lo puede usar, en tanto se diga clarito quién es el autor. Nada más, plata no quiero.
La semana pasada se armó un nuevo debate sobre propiedad intelectual, derecho de autor, piratería. Estos debates se empantanan siempre en el mismo punto: cuando se usa la palabra «robar».
La estupefacción mundial por el probable enjuiciamiento, en España, de Baltasar Garzón, le llama muchísimo la atención a los españoles, que parecen descubrir ahora cuánto se respeta al magistrado fuera de sus fronteras.
Los escándalos por pederastia en ciertos sectores de la Iglesia Católica, que aturden a Irlanda, Alemania, Francia y Gran Bretaña, comienzan a oírse, con mayor recelo pero con firmeza, también en España e Italia, países donde la fe católica está más arraigada.
El año pasado, una serie norteamericana muy famosa hizo aparecer a uno de sus personajes leyendo una novela de Bioy Casares. La serie se llama Lost, y la novela de Bioy es La invención de Morel.
La nueva y más flamante pesadilla del europeo, por pura casualidad del destino, es hoy un grupo incierto de africanos oscuros, subidos a una embarcación, intentando —por mar— sacar algún provecho de la riqueza ajena.