Los promotores de la idea, aguerridos y modernos incitadores de la verdad científica, son miembros de la Unión de Ateos y Librepensadores de España. Todos ellos, y quienes quieran apoyarlos vía internet, están poniendo dinero de sus bolsillos para pagar los más de dos mil euros diarios que cuestan estos avisos móviles en la vía pública, que les arrancan sonrisas a algunos y le ponen los pelos de punta a otros. La idea nació de una ofensiva similar londinense, donde el cartel era bastante menos puntual, ya que alertaba que «probablemente los dioses no existan» (en plural), pero en España — país donde el noventa por ciento de la población se declara cristiana— parece que solo es un Dios, y no muchos, el que interesa que no exista.
Quizás por el hecho de no usar el plural en la concepción divina, o quizás porque los autobuses pasan por enfrente de su sede, la Conferencia Episcopal ibérica se puso de los nervios con los cartelones. Ni lerda ni perezosa, la ofensiva católica no tardó ni una semana en aparecer por las calles. Desde el miércoles pasado, otras líneas de transporte han sido contratadas con un segundo argumento publicitario, que reza (y nunca mejor dicho) en los paneles de otros muchos autobuses: «Dios sí existe; disfruta de la vida en Cristo ». Los católicos, al revés que los ateos, no usan el «probablemente» en su eslogan porque, parece, están mucho más convencidos de la existencia de Dios. Esta nueva campaña, financiada por aportaciones personales y por la Iglesia, ofrece también displays alternativos con una frase de Gandhi: «Cuando todos te abandonan, Dios permanece contigo», en referencia, suponemos, a que si un colectivo se va, siempre hay otro que llegará más tarde. Esto último, posiblemente, hable menos bien de la fe cristiana que del Ministerio de Transportes de España.
Sea como fuere, en estos días resulta maravilloso y aleccionador caminar por las calles céntricas de Madrid, de Málaga o de Barcelona, y ver en qué se ha convertido el debate teológico moderno. Quién iba a decirlo. Al final, después de tantas guerras religiosas (desde la cruenta batalla del Puente Milvio en el 312 hasta la Guerra de los Treinta Años de 1614), después de tantísimas muertes a palos e inquisiciones feroces, la última batalla entre cristianos y ateos se libra en los colectivos de línea, a un euro veinte el boleto. De hecho, cientos de peatones morbosos esperamos con ansias que ocurra por fin el gran choque dialéctico final; aguardamos, con ganas, que llegue la tarde en que dos de estos autobuses, con eslóganes diferentes, colisionen en alguna esquina por culpa de un semáforo averiado y se produzca el primer debate filosófico de la historia con bocinazos, embotellamientos y heridos leves.
Será un triunfo de la civilización moderna.