Donar los órganos
3m

Compartir en

Seis meses haciéndome el loco

Compartir en:

Entre muchas otras cuestiones, el doctorcito V. me pregunta (documento en mano) si deseo donar mi cuerpo a la ciencia. 

—¿Ahora? 

—No, hombre —me dice—. Después de muerto. 

—Después de muerto me parece mucho más oportuno —respondo—. ¿Pero por qué a la ciencia? Yo quiero donar mis órganos a los enfermos del riñón, del hígado, de los ojos, del corazón. Me gustaría que alguien viva gracias a mí. 

—¿Y si hipotéticamente eso no fuese posible? 

—¿Por qué no va a ser posible? 

—Supongamos —me dice el doctorcito— que la ley española no permite la donación de órganos en caso de enfermos mentales. 

—Me parece ridículo, pero si fuera así donaría mi cerebro a la ciencia, que es el que está enfermo. Lo demás no. Mírame las córneas, doctorcito. Son verdes, son armónicas, son hermosas. Y mi hígado es abstemio, jamás he bebido. Toca estas manos: rechonchas, rosadas, sanísimas. Mucha gente puede querer el resto de mi cuerpo, la parte que no está loca. 

—Es un sentimiento muy noble —me dice el doctorcito V.—, pero en realidad solo tienes la opción de donar tu cuerpo a la ciencia. Lo siento mucho.

—¿Quién lo dice? 

—El Ministerio de Salud —me dice el Doctor, mostrándome el membrete del documento que tiene entre manos. 

—¿Y los del Ministerio saben que tengo ojos verdes y que mi corazón es una máquina? ¿Lo saben? Porque quizás esa ley tenga sentido para el Viejo Ignasi, o para el Gelatinas, que son enfermitos enclenques… Pero yo soy un toro. Un toro loco de la cabeza, es verdad, pero muy sano del cuerpo. 

El doctorcito V. comienza a cansarse: 

—Vamos a ver… Si entregas tu cuerpo a la ciencia, también estás ayudando a mucha gente. Los practicantes de medicina usarían tu cuerpo para ensayar cirugías, para practicar contigo cortes, suturas y drenajes. Y así después no se equivocarían con seres vivos. Salvarías vidas, indirectamente.

—¿Y no pueden usar una muñeca hinchable? ¿Por qué a mí? 

—Mira, Xavi. Me encantaría seguir la charla, pero tengo que hacerle esta misma pregunta a quince internos más antes del mediodía. Así que dime algo. ¿Dónde pongo la cruz?

—¿Cuáles son las otras opciones, además de donar el cuerpo? 

—Incineración y entierro. 

—¿No está la opción de embalsamado? 

—No. 

—¿Congelado hasta que me revivan en el futuro? 

—Tampoco. 

—¿Y qué ocurre si no escojo nada? 

—En ese caso escoge tu madre. 

—¿Y si ella muere antes que yo? 

—Entonces lo decido yo mismo. 

—¿Y tú qué decidirías? 

—Tu cuerpo a la ciencia, Xavi. 

—Vale. Pues pon eso.

Xavi L.
(Personaje de una novela de H. Casciari)