El mozo le preguntó a Fátima qué iban a tomar, que iba a tomar ella porque estaba sola, y ella dijo, estuvo a punto de decir «dos tónicas con limón y hielo». Pero no. Habían decidido que no se conocían, entonces ella no podía pedir lo de siempre, ni mucho menos pedir por él antes de que él llegara.
Fátima miró al mozo y le dijo que estaba esperando a alguien y que mientras tanto quería un gin tonic. El mozo se la quedó mirando a los ojos, porque el tono de voz de Fátima fue sensual. Fátima se puso colorada inmediatamente. No le gustaba el gin tonic, fue lo primero que se ocurrió pedir, pero sobre todo, nunca le había hablado a un mozo como en una película: «Estoy esperando a alguien, ¿me traés un gin tonic, por favor?»
Así le dijo… y ahora estaba muerta de vergüenza. Descubrió que los siete años en pareja con Leo le habían limado el atrevimiento. Ella era un poco así antes de los veinte. Se recuerda sensual o ambigua con un camarero cuando le gustaba. Pero desde que se había puesto en pareja con Leo lo había dejado de hacer.
Se habían conocido siete años antes por Tinder. Ella 20, él 25. Al principio fue bien pero un año después empezaron las peleas. Sin embargo se querían Fátima y Leo. Los dos sabían, en el fondo, que buscaban algo más, algo distinto. Pero siempre volvían a creer que podía funcionar.
Un día, como último recurso, se fueron a vivir al mismo departamento. Nunca les quedó claro si esa decisión fue para luchar por la pareja o para achicar el alquiler. Pero un mes después de vivir bajo el mismo techo se dieron cuenta de que era imposible. Y él se fue.
Leo es programador y no le gusta mucho su trabajo. Ahora está llegando tarde a un restaurante que no conoce, en un barrio que no conoce, porque su novia llamó por la mañana a un programa de radio para recomponer la pareja. Piensa en lo que pasó en la radio y sonríe. ¿Será posible, piensa Leo, que sea tan fácil como dijo el conductor? «Vayan a cenar a la noche a un lugar distinto y hagan como si no se conocieran», había dicho el conductor.
Y una actriz muy famosa que estaba también en la radio les aconsejó, además, que tuvieran sexo más seguido. Y ahora Leo, por primera vez en mucho tiempo, tiene alguna esperanza y está un poco excitado.
Leo baja la vista para ver en el celular un mensaje de Fátima: «¿Te falta mucho?». Y por ver el mensaje choca contra un auto rojo, chiquito, frenado en el semáforo. Está a seis cuadras del restaurante. Del otro lado del auto se baja una mujer y empieza a insultarlo. Leo se baja y le da los datos del seguro, le pide disculpas y reconoce, en ese segundo, a María Emilia. Ella también lo reconoce. Y se quedan los dos en la esquina mirándose, sin poder creerlo, mientras los demás autos les tocan bocina.
A seis cuadras del choque, en el restaurante, Fátima va por el segundo gin tonic y ve que Leo le acaba de clavar el visto a su mensaje de Wasap. Entre el primer gin tonic y el segundo ella se cansó de ser otra y le escribió: «¿Te falta mucho?», como siempre. Por lo visto él también se había cansado de ser otro, porque le clavó el visto, como siempre.
El mozo se acerca y le pregunta a Fátima si quiere unas rabas para esperar, le dice que un comensal las pidió por error y que ya están para servir. Y que sería una lástima, dice el mozo, que las rabas y ella no se encuentren.
Fátima sonríe con el chiste y entiende, por la actitud del mozo, que quizá no es el mozo, que capaz es el gerente o el dueño. Acepta las rabas y Fátima se pregunta si el mozo o quien sea está coqueteando con ella. Cree que sí, pero hace años que está fuera de ese radar.
Cuando el mozo, que ahora definitivamente no es el mozo, vuelve con las rabas y dos cervezas, y le dice si no quiere esperar en la barra con él, Fátima entiende que sí, que los dos están coqueteando.
Fátima mira la puerta del restaurante, como dándole a Leo la última oportunidad de que esté entrando y, cuando ve que no está entrando, se va con Matías a la barra. El chico de las rabas se llama Matías y con Fátima conversan y conversan y conversan con la sensación permanente de querer besarse. Conectan. Dos meses después se irán a vivir juntos y después del Mundial de Estados Unidos tendrán una hija, Matías y Fátima, y una cadena de restaurantes: ella llevará la administración y Matías será el chef. Pero ahora es viernes a la noche y se besan por primera vez.
A la misma hora y seis cuadras al sur, Leo y María Emilia, que había sido la primera novia y el gran amor de Leo, chocan y se vuelven a ver después de once años. Ella había vivido en Sydney y había vuelto tres meses antes. Al verse no lo pueden creer. Estacionan y toman un café. Se cuentan la vida. Leo se olvida de la cena con Fátima. En un momento besa a María Emilia y pasan la noche juntos. Desde el choque, no se separan nunca más.
Pasan cuatro años. El miércoles 14 de julio de 2027 Leo y María Emilia cenan, sin saberlo, en uno de los restaurantes de Fátima y Matías. «Idas y vueltas» ya es una cadena famosa: hay un «Idas y vueltas» en Palermo, otro en Villa Urquiza y el original de Puerto Madero donde están cenando.
En un momento preciso, a las 23:14, Fátima y Leo cruzan miradas. Se miran. Ella está en la caja supervisando. Él está sentado con su mujer tomando el postre. Se ven, se reconocen, y no se levantan para saludarse. Pero se miran intensamente y los dos, al mismo tiempo, recuerdan un programa de radio de cuatro años antes en donde les habían aconsejado cambiar las rutinas para ver si pasaba algo nuevo.
Fátima y Leo sonríen desde lejos porque, sin dudas, les había pasado algo muchísimo mejor.