Es bastante habitual que la prensa, incluida la rigurosa, festeje con algún pescado podrido el Día de los Santos Inocentes. Hace tanto que se repite como un calco este guiño puntual, que ya la broma es más esperada que imprevista. Y la costumbre, como se sabe, es enemiga de la diversión.
En otros pueblos hispanos (del norte de México y sur de Estados Unidos) cunde un hábito mucho más divertido y estrafalario: los días como hoy todos deben cuidarse muy bien de no prestar nada, ni dinero ni objetos ni ayuda, pues el prestatario tendrá luz verde para no devolver lo procurado o apropiarse de lo pedido.
La frase usada por el mangante, tras recibir la dádiva, es algo así: «Inocente palomita que te dejaste engañar, sabiendo que en este día nada me debes dar». La inocencia, en este caso, sí resulta intempestiva y edificante, también burlesca y ambigua, porque uno nunca sabe si el que está requiriendo alguna cosa, el que está implorando nuestra ayuda, lo hace por sincera necesidad o por fastidiarnos el día.
Es por lo menos irónico que estas dos tradiciones populares sean —justo hoy— la comidilla informativa de medio mundo. Hace tres años, el gobierno de Bush le pidió al de Zapatero apoyo aéreo para trasladar presos a Guantánamo, y éste se lo concedió. El hecho ha sido ratificado a pesar de que, hace unos días, el presidente español aseguró que no sabía nada de los vuelos de la CIA y que, de saberlo, lo hubiera denunciado. Bush, por supuesto, ha hecho magnánimo silencio al respecto, como si pensara, al ver a su par español en problemas, aquello de «inocente palomita que te dejaste engañar…». Y el otro, asustado como un perro que ha volteado la maceta, sale ahora a mentir por las televisiones asegurando que tal cosa no ocurrió jamás, y que todo lo concerniente a Guantánamo es una barbaridad y un despropósito.
Qué folklórica resulta a veces la política internacional: las costumbres del 28 de diciembre de ambos pueblos (la de pedir y desentenderse, por un lado; y la de mentir con descaro en la prensa, por el otro) han sido sintetizadas por sus mismísimos mandatarios en los días previos a la celebración del Día de los Santos Inocentes. Y para rizar el rizo de las casualidades, el tema central de todo el atolladero es un grupo fantasmal de presos que han ido y han venido en aviones nocturnos, como maletas o perros, desde la guerra de Oriente a un centro de detenidos ilegales en Cuba, sin juicio previo ni posterior, y que todavía hoy con tinúan esperando, en un limbo legal que va para cuatro años, que alguien venga a explicarles que, en las democracias de Occidente, existe una garantía consagrada por la Declaración de los Derechos Humanos, un principio jurídico llamado presunción de inocencia. Es decir: que alguien venga y les diga, por fin, que la inocencia te valga.