Instrucciones para crear mundos paralelos
10m

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Charlas con mi hemisferio derecho

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Descubrimos el truco por casualidad, en nuestro propio edificio. Y como nos salió bien, empezamos a repetir la rutina en hogares ajenos, subidos a otros ascensores, con nuevas víctimas. Las bromas perfectas surgen de la nada, de un error o una impaciencia, y ésta fue una de las mejores. Tan original, y tan simple, que siempre nos pareció mentira que no existiera ya, que no fuese un clásico popular. Pero no lo era: lleva nuestra firma. De hecho, ésta será la primera vez que el truco tome estado público.

Ojalá muchos adolescentes lean estas instrucciones, porque sólo hay una época en la vida en que nos atrevemos a poner en práctica ciertos juegos inútiles, absurdos y maravillosos.

Yo, ahora mismo, con casi cuarenta años y esta panza, ya no podría. Sigo fumando idéntica hierba promotora, conservo en el corazón los mismos sueños, pero ya no estoy para andar corriendo de noche como un loco ni para pegar semejantes gritos de auxilio en la oscuridad. Me atraen los mundos paralelos igual que siempre, pero ahora prefiero concebirlos frente a un teclado, sentado tranquilamente en casa. Me convertí, no sé cuándo ni cómo, en un hijo de puta sedentario, en un mentiroso inmóvil.

Pero no hablemos de problemas propios que ya no tienen solución. Mejor usemos este rato en explicar de qué modo podemos crear un mundo paralelo en el cerebro de un amigo ingenuo. Papel y lápiz.

Ingredientes

Amigo que viva solo en un departamento, 1
Cómplices, 3
Banderín de club de fútbol, 1
Marihuana, a gusto.

Preparación

Esperamos a que llegue la noche y nos presentamos a cenar, junto a dos cómplices, en el departamento de un amigo en común. Es fundamental que este amigo (al que llamaremos la Víctima) no resida en la planta baja ni en el primer piso del edificio.

Tocamos el timbre de abajo y aguardamos a que la Víctima nos abra. Una vez en el ascensor, deberemos observar sus características, a fin de individualizar dónde aparece la numeración de cada piso durante en ascenso.

Existen tres variantes. Los ascensores antiguos tienen la numeración sobre las paredes que vamos dejando atrás: 1, 2, 3, etcétera. Los modernos, en un visor digital sobre la botonera. Ambas ubicaciones son perfectas para nuestros planes. Si el visor estuviera demasiado alto (encima de la puerta de salida) el trabajo podría complicarse.

En este ejemplo la Víctima reside en el 4ºB. Llegamos al piso en cuestión y, antes de que su morador nos haga entrar, utilizamos el rellano para saludarlo y —allí mismo— le hacemos entrega de un obsequio: el banderín de su club de fútbol preferido.

—Mirá lo que te trajimos, Víctima —diremos con una sonrisa (es importante suplantar la palabra víctima por el nombre real).

El anfitrión nos agradecerá el regalo e intentará quedárselo, o guardarlo, pero nosotros fingiremos tener una idea mejor:

—Ponélo acá, para que todo el mundo sepa que sos de Vélez —diremos, colgando el banderín en el picaporte exterior de la puerta.

Sólo un 6% de las víctimas se niega a colgar el banderín. En general, los más reticentes son los hinchas de Racing (por un tema relacionado con la vergüenza).

Pero la enorme mayoría acepta colgar el obsequio a la vista, sin sospechar que todo forma parte de un propósito siniestro.

Durante las siguientes tres o cuatro horas actuaremos como cualquier grupo de amigotes que cena de noche en casa de alguien. Hablaremos de mujeres, de fútbol, de política y del sentido del universo. Jugaremos al póker, fumaremos marihuana, beberemos. Este paso es el más sencillo y, en términos técnicos, sólo busca alterar el sentido temporal de la Víctima.

Durante los postres, el Cómplice Uno deberá individualizar las llaves del departamento. El manojo suele estar sobre un mueble, cerca de la puerta, o colgado. Cuando la sobremesa comience a decaer se iniciará la primera acción física importante, a la que denominamos El Éxodo. Para ello, y sin venir a cuento, el Cómplice Uno se levantará de la mesa y dirá:

—Me pegó el bajón. Salgo un cacho a buscar alfajores —y se hará con las llaves del departamento, fingiendo el ademán de irse solo.

—Buenísmo —dirá la Víctima—. Tenés un quiosco abierto sobre Scalabrini.

En ese momento el Cómplice Dos deberá interrumpir la acción con esta frase: «¿Por qué no salimos todos, che, así nos aireamos un poco?». En cuestión de segundos, los cuatro tendrán que estar ubicados en el pasillo, del lado de afuera y a punto de cerrar la puerta, de la que cuelga el banderín. En ese instante hará su parlamento el Cómplice Tres:

—Uy, me estoy cagando —dirá, tocándose la panza—, yo me quedo. ¿Está todo bien si van ustedes?

—Todo bien —accederá la Víctima.

Un minuto después, la primera parte del plan ya estará encarrilado. ¿Qué hemos conseguido hasta ahora? Recapitulemos:

  1. tenemos a la Víctima en la calle, escoltada por dos de nosotros;
  2. las llaves del departamento están en nuestro poder; y
  3. conseguimos que un tercer cómplice se quede dentro.

La noche nos sonríe.

Consumación

Mientras el trío se dirige al quiosco, el Cómplice Tres se ha quedado recluido en solitario. Por supuesto, nuestro colaborador no tiene deseos de cagar. Está allí para algo mucho más importante.

En cuanto se sepa solo, el Cómplice Tres abrirá la puerta de entrada, quitará el banderín y, sin cerrar la puerta (porque no tiene llaves), deberá subir por las escaleras un piso más y colgar el banderín en el picaporte del 5ºB. Después, en silencio, deberá regresar al 4ºB y quedarse sentado a esperar el desenlace del truco.

Mientras tanto, el grupo estará regresando de la calle con los alfajores. Entrarán los tres al edificio y subirán al ascensor entre bromas y monerías. Éste es un momento de gran importancia y coordinación general, alerta máxima.

El Cómplice Uno será el encargado de apretar el botón del 5º piso (¡no del 4º!), mientras el Cómplice Dos se ubicará de tal modo que impida la vista numérica. La Víctima debe permanecer muy entretenida durante el viaje. En circunstancias normales, cualquier inquilino conoce, por costumbre, el tiempo exacto que tarda su elevador en llegar.

Ahí es donde la droga blanda hace su parte. El porro provoca, entre otras muchas virtudes, la distorsión temporal y el anacronismo del usuario. La gente drogada siempre piensa que los ascensores tardan demasiado.

La Víctima no sentirá el paso del tiempo, y llegará entonces al 5º piso con la certeza de que se encuentra en el 4º. Al apearse del ascensor observará también el banderín colgando de la puerta B, que creerá suya. Este dato quizá parezca nimio, pero es fundamental para que la Víctima reconozca una ambientación fidedigna.

El Cómplice Dos saldrá del ascensor con las llaves en la mano, dispuesto a abrir la puerta. Entonces el Cómplice Uno dirá:

—¡Esperen, esperen! Bajemos al 3º piso que les quiero mostrar algo.

La Víctima, curiosa y en estado de gracia, bajará por las escaleras en compañía de los cómplices. Esto tiene que ocurrir entre las dos y las tres de la madrugada, en medio de un gran silencio.

Una vez apostados en el verdadero 4º piso (la Víctima está convencida de que se trata del 3º), el Cómplice Uno se acercará al departamento B y, sin preámbulos, comenzará a golpear la puerta con los dos puños mientras gritará enloquecido:

—¡Incendio! ¡Incendio! ¡Socorro! —en tanto, el Cómplice Dos festejará la gracia y se unirá a los golpes.

La reacción de la Víctima es inmediata y está rigurosamente testada: hemos hecho este truco más de una docena de veces y siempre ocurrió lo mismo.

La Víctima, señores, huye por las escaleras, para esconderse en el que sospecha su hogar. En el momento que la Víctima desaparece, el Cómplice Tres nos abre la puerta y entramos. Por supuesto, estábamos golpeando con los puños el 4ºB. Una vez los tres cómplices dentro, cerramos y seguimos gritando «¡Incendio, incendio!», etcétera.

La Víctima ya está en el 5º piso y ve que el banderín sigue colgado en la que cree su puerta. Se tantea los bolsillos y descubre que no tiene las llaves, pero es conocedor de que dentro ha quedado un amigo. Entonces le toca el timbre, con ansiedad, para que éste le abra.

La Víctima tocará el timbre una vez, dos veces, a veces gritará «abrime, abrime». No hará falta más. Cuando por fin se abra la puerta, aparecerá el vecino del 5ºB, en pijamas y enojadísimo. Se trata de un momento mágico e irrepetible. La creación real de un mundo paralelo en el cerebro de nuestro amigo.

—Qué carajo te pasa, hijo de puta y la concha de tu hermana —suele ser, en siete de cada diez casos, la frase más utilizada entre los vecinos del 5ºB cuando son despertados a timbrazos en medio de la madrugada. Otros directamente estampan a la víctima contra la pared de una trompada, como nos ocurrió en dos oportunidades.

En varios casos aparecen también otros propietarios e inquilinos, alertados por los gritos iniciales de incendio y socorro. Cuando ocurre tal cosa, la turba comienza a rodear a la Víctima con intención de venganza. No sabemos en qué momento todo se desmadra y se convierte en un linchamiento. Pero ocurre, siempre, pasados los seis minutos.

Ese instante de descontrol vecinal es el momento indicado para la huída. Los tres cómplices llamarán al ascensor y egresarán del lugar en silencio, pero con gran velocidad. No antes, porque se perderían los sonidos de la paliza que está comenzando en el edificio. Y siempre es bueno oír el resultado de un buen truco.

Una vez en la calle, es muy recomendable arrojar las llaves del departamento en una alcantarilla, imitando el final de un cuento muy famoso.

Nuestra experiencia indica que más del 80% de las Víctimas no nos hablará durante el resto de su vida. El otro 20% puede tardar de dos a cinco años en aceptar nuestro perdón (que siempre redactamos vía email una semana más tarde de los hechos).

Una vez que no hay heridas abiertas, cuando pasó ya mucho tiempo, a veces hemos preguntado a antiguas Víctimas qué sintieron, exactamente, en el momento que se abría la puerta del que creían su hogar y aparecía un señor enojado y en pijamas.

—Es un flash —nos confiesan—. De repente dejás de hacer pie en la realidad, empezás a preguntarte si no será todo un sueño, tu cabeza se hunde en un mundo parecido al real…

Nosotros nos quedamos en silencio y sonreímos para dentro. Y entonces las viejas víctimas suelen agregar:

—De verdad… Es lo más impresionante que me pasó en la vida.

Y eso nos basta para sentir que, otra vez, hemos mejorado la existencia de unos pobres diablos.

Hernán Casciari