Mis primas (A los jóvenes de ayer)
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Pausa

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El mejor infarto de mi vida

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Mi mamá, Chichita, tenía unas primas más jóvenes que ella. Como eran solamente un poco mayores que yo, las llamé siempre mis primas. A principios de los ochenta dos de ellas (Laura y Maricel) vivieron el renacer del rock argentino que llegó después de la dictadura. Yo las veía una vez al mes, y quedaba clarísimo que ellas estaban en Buenos Aires, en el centro de todo, y yo en un pueblo lejano en el que no pasaba nada interesante. Mis primas trabajaban para Charly García. La primera vez que escuché un disco de Charly García, en realidad escuché el disco del jefe de mis primas.

No era un disco. Era un cassette TDK que me regaló Maricel en la navidad de 1982. Había canciones de las tres bandas que había liderado Charly García hasta entonces, y unas pocas de su primer disco solista, que había aparecido ese año.

—Esta es la música que hace Carlitos  — me dijo Laura. Se lo decía a un gordito de casi doce años que, hasta entonces, solamente había escuchado los cassettes de sus padres: José Luis Perales, Nino Bravo y Julio Sosa.

Mis primas le decían Carlitos. Y hablaban de él como cualquier persona normal habla de un jefe indomable y ácrata. Me contaban que era insoportable, que se olvidaba de todo, que ellas a veces tenían que pagar sueldos, o limpiar habitaciones, o despertarlo para un concierto. Pero al mismo tiempo eran fanáticas de esa música y de ese tiempo histórico del que a mí me contaban algunos pedacitos. Mis primas padecían al jefe, se agobiaban con el hombre, pero adoraban al músico.

Ese cassette TDK lleno de canciones de Charly García, como es lógico, me dinamitó la cabeza a los doce años. Fui devorador de su música, como casi cualquier adolescente argentino en esos tiempos. Lo único diferente fue la existencia de mis primas, que una vez al mes me ponían al corriente de datos secretos que solamente conocía el entorno: que Charly se burlaba de Pedro Aznar porque tomaba leche, que con Spinetta había una guerra de egos, que casi siempre estaba peleado con su madre y con su hermana, esas cosas.

En 1983 monopolicé la música de mi casa y solamente se escucharon discos de García, para espanto de mi padre y sobre todo de mi abuela Chola, que llamaba por teléfono desde la otra cuadra para que me hicieran bajar el volumen.

Cuando ya fui un poco más grandecito y mis padres me empezaron a dejar ir solo a Buenos Aires, mis primas me conseguían entradas para algunos conciertos. Ahí las pude ver en acción. Ellas estaban siempre del otro lado de las vallas, con los músicos, con carpetas, con cables y auriculares. Nunca supe exactamente qué eran, ni qué hacían. Pero en el círculo musical de entonces todo el mundo las llamaba «las López». Y las querían mucho.

Gracias a ellas tuve entradas gratis y maquetas con canciones antes de que salieran a la venta, y camisetas de giras oficiales, y sobre todo charlas intensas que le echaban leña crujiente al fuego de mi fanatismo por García. Una tarde llegué a casa de mis primas y había una señora tomando mate con ellas.

—Es Carmen  — me dijo Maricel — , la mamá de Carlitos.

Y ahí estaba la madre de Charly García, hablando pestes de su hijo, mientras mis primas la consolaban y le daban facturitas y tortas negras. No recuerdo en qué año ocurrió esto, pero no fue mucho antes de que Maricel, una de mis primas, enfermara.

Seguían siendo los ochenta, pero ya muy avanzados; la sombra de Menem ya flotaba en el aire. Una tarde Laura me llamó por teléfono y me dijo que su hermana Maricel tenía una enfermedad muy grave y que solamente podía salvarla una operación en Norteamérica. Estaban empezando a juntar el dinero y necesitaban manos amigas. Fui a su casa, que estaba llena de gente.

Charly, y muchos otros músicos, habían organizado un recital en Palladium: toda la recaudación iría a la operación de Maricel. No cobraba nadie, ni los músicos, ni los sonidistas, ni el alquiler de la sala. Nadie. Nosotros estábamos ahí para llevar las gacetillas a las radios y a todas partes. Fue una semana intensa de hacer fotocopias y llamar por teléfono a Dios y a María santísima.

Por supuesto, también estuvimos ahí el 7 de julio de 1989 para disfrutar de uno de los conciertos más íntimos de finales de la década, y el primero en el que Charly García y Luis Alberto Spinetta se subieron juntos a un escenario. (Hay un disco, muy poco conocido, que documenta ese encuentro). La recaudación alcanzó para el viaje y la operación y Maricel voló a Houston dos meses más tarde, ya cuando se le acababa el tiempo. Esa operación le dio algunos años de sobrevida.

No sé qué música hubiera escuchado si, a los diez años, mis primas grandes no me hubiesen presentado la música que me acompañó toda la vida. Desde entonces y hasta que me fui de Mercedes, algunos años después, Charly sonó en todos los tocadiscos y los pasacassettes de mi juventud.

Después, durante quince años de mi adultez, viví en España. En general es complicadísimo hacerle entender nuestra música a personas que nacieron tan lejos, o tan a destiempo de la adolescencia propia.

Mientras viví en Barcelona seguí escuchando discos de Serú Girán, de La Máquina, o de Charly solista y todas esas canciones me hicieron sentir la misma fascinación del primer día; lo que cambiaba era el gesto de los que me acompañaban.

En general los nativos no le encontraban la dimensión a los acordes ni a las letras. Pero ¿existía esa dimensión —llegué a preguntarme con miedo— o todo el amor que yo sentía por esa música era nada más que nostalgia por la juventud perdida, o por la patria lejana?

Desde hace unos meses vivo otra vez en Buenos Aires.

Ayer salí a caminar por el parque Saavedra y escuché un disco viejo de Charly. Respiré el aire con todos los pulmones y decidí que no, que no era nostalgia: esa es realmente la mejor música que existe.

Toda la música que te hizo creer en algo cuando fuiste joven es la mejor música que existe.

En este regreso a Buenos Aires me reencontré con mi prima Laura. Como ya somos casi viejos, parecemos de la misma edad, o incluso yo más grande que ella. Casi siempre vamos a merendar al mismo bar y charlamos mucho de música, que sigue siendo su pasión.

Ayer me dijo que toda su vida se puede explicar en diez o doce canciones de Charly García. Me alegró saber que seguimos siendo los mismos.

Hernán Casciari