Sobre la empalizada de Aeroparque está Andrea con su papá y su mamá. Tiene trece años y come sin ganas un sánguche de huevo duro y paté, enojadísima, porque todas las salidas con sus padres son así. La llevan a ver aviones desde afuera, a pescar abajo de un puente, la a la cancha en el segundo tiempo (cuando liberan la entrada), siempre cosas gratis… Su mejor amiga, Mónica, y el estúpido de su mellizo, a esa misma hora, están en la montaña rusa con su papá. Eso es vida, piensa Andrea.
En el medio del parque de diversiones está Mónica y su hermano mellizo, de la mano de Gastón. A Gastón toca fin de semana con sus hijos después del divorcio. No está acostumbrado. Con mucho esfuerzo paga las entradas al parque pero no le queda resto para los juegos. Al menos pudo comprar pochoclos para sus dos hijos, pero sabe que es la última vez si la cosa sigue así. Gastón mira con envidia al vendedor de pochoclos. Tiene su misma edad, tiene trabajo, seguramente una esposa que no lo echó de su casa, puede pagar sus cuentas y llevar a sus hijos al cine. Eso es vida, piensa Gastón.
Ocho años antes, Jose Luis tuvo la certeza de que su carrera despegaba. Se puso de novio con un productor de teatro y encabezó cartelera junto a estrellas consagradas. Ensayos, ensayos generales y hasta difusión. Incluso se dio el lujo de rechazar un reality. Pero todo se desmoronó con la pandemia. Los teatros cerraron doce días antes de su debut y al regreso no había nada. Ya no tiene a su novio productor, pero al menos quedaron amigos y le dio un stand gastronómico en el Parque, que no es poca cosa. A veces lo ve en la prensa, a su ex novio el productor, yendo y viniendo por el mundo, siempre buscando obras nuevas. Eso es vida, piensa José Luis.
Lautaro tiene una casa hermosa, una huerta hidropónica por la que se desvive, pero muy poco tiempo para disfrutarla. Tiene una esposa vestuarista muy prestigiosa en el medio; tiene dos hijos sanos, en edad de halloween, y también tiene, Lautaro, una vida secreta de amantes actores. Muy secreta,. Su negocio es el entretenimiento: junto a su socia de toda la vida son dueños de un grupo que gerencia parques de atracciones, teatros y multicines. Viaja mucho, siempre solo, a Nueva York y a Londres a ver teatro, y cuando algo le gusta compra los derechos. Su socia, Elena, es dos años mayor, y desde que salió del armario se muestra con sus novias, siempre más jóvenes. Lautaro ve a su socia y la envidia que no tenga miedo del qué dirán. Eso es vida, piensa Lautaro.
Elena nació en cuna de oro. Su padre fue un famosísimo actor y director de cine conocido en todo el mercado hispano. Su madre, una modelo (y luego actriz) muy exitosa en España. Elena nació en Argentina y creció en medio del show business. Aprendió a caminar en salas vips de aeropuertos y nunca conoció hoteles de cuatro estrellas. Se jacta de haber impuesto Halloween en Argentina cuando tenía doce años. Primero lo metío en los countries y después hizo un agujero en las rejas para que saliera a las calles.
Con su socio, son los dueños del ocio en español. Pero hay algo que le molesta de su vida: no sabe si fue ella la que abrió las puertas de su éxito, o si esas purtas ya estaban abiertas. ¿Cuánto de lo que consiguió esfuerzo, y cuánto por portar un apellido?
Ahora viaja en la parte trasera de un auto lujoso, camino al aeropuerto, con un chofer silencioso que a veces la mira por el espejo para ver si está cómoda. Su chofer se llama Eduardo, lo conoce desde hace mucho. Eduardo se ganó su puesto de trabajo porque ser el mejor chofer, no porque sus padres eran choferes. “Qué lujo poder saber que llegaste solo a tu destino”, piensa Elena. Eso es vida.
Y mientras todo esto ocurre, el semáforo está en rojo. Eduardo espera. El aire acondicionado está perfecto para la señora y la música es la que corresponde. Eduardo intenta no pensar en la noticia que le dio el médico por la mañana. Primero el viaje de la señora, que es lo importante. Necesita llorar, pero no ahora. Pero primero el trabajo y después su metástasis.
Eduardo va a morir en menos de dos meses. Tiene que hablar con su esposa y con sus padres. Sus padres, sobre todo. Ver morir a un hijo es espantoso. El chofer no puede creer que la vida se acaba. Siente un vacío en el estómago. Va a morir. Sabe que cuando deje a la señora se quedará solo en el estacionamiento de Aeroparque y ahí podrá llorar.
Como si fuera un guión malo de cine, un chico de diez u once años le golpea la ventanilla para venderle pañuelos de papel. Eduardo sonríe por la coincidencia secreta. Baja la ventanilla. Le compra un par de paquetes. Y mira al chico a los ojos, con ternura fría. Ese chico tiene muchos, muchos años por delante. Y entonces piensa, el chofer: Eso es vida.