El Diario La Nación informaba sobre la creación de esta fiesta deportiva en sus páginas de octubre de 1941:
El general Luis A. Casinelli, Interventor de la provincia de Buenos Aires, ha impulsado estos Juegos que se desarrollarán cada cuatro años, en donde todas las ciudades bonaerenses presentarán a su ‘Loco del Pueblo’ en competición oficial. Un jurado compuesto por las fuerzas vivas de cada ciudad evaluará la locura, la originalidad y el valor de cada enfermo mental, eligiendo más tarde a un justo vencedor, que representará a la provincia durante cuatro años en calidad de Loco Mayor de Buenos Aires.
Así ocurre y, efectivamente, Tandil se lleva la victoria en las dos primeras ediciones: gana el título con el ‘loco que le tira piedras al Zapato’ en Mar del Plata ’42, y con el ya legendario ‘loco que se rasca hasta hacerse sangre’ en Navarro ’46. Mercedes no llega a octavos de final en la primera competición y ni siquiera participa de la segunda, puesto que días antes —en una inolvidable final local— sus dos locos más renombrados se matan entre ellos a cascotazos.
Las primeras competiciones, de las que se tiene poco material fílmico a disposición, estaban conformadas por pruebas muy básicas, según lo que consigna la prensa de aquel tiempo. Los candidatos a locos (unos veinticinco enfermos mentales, representando a otras tantas localidades) hablaban con artefactos inanimados, se desnudaban en las peatonales, iban de la mano con madres imaginarias o decían ser amigos de actores de la época. Más tarde el reglamento se perfeccionaría.
A finales de 1946 el Presidente de la República, Juan D. Perón, aconseja al gobernador de Buenos Aires desarrollar los juegos cada dos años, y no cada cuatro, y cambiarle el nombre a la contienda. Así nacen unos efímeros «Juegos Provinciales El Pocho», que se llevan a cabo en Quilmes. Resulta ganador un sobrino de Eva Duarte, conocido simplemente como «el loco de Junín». El resto de las localidades bonaerenses, sin embargo, impugnan la competición y todo regresa a su cauce dos años más tarde, en la edición Mercedes ’50, también conocida como los Juegos de la Era Moderna, donde además se inaugura el sistema del voto popular vía telégrafo y se instaura el descenso a segunda división.
Quizás la edición más negra para los mercedinos sea, justamente, la organizada por su propia ciudad en aquel otoño de 1950. «Los mercedinos creímos de entrada» —narra el historiador Pedro Pasquinelli— «que nuestro candidato sería un seguro vencedor. El representante local, conocido como el «loco que habla de atrás para adelante» llega a la final contra un adversario fácil: el «loco con ojos de huevo duro», representante de Carmen de Patagones. El día de la culminación, sin embargo, nuestro campeón amanecerá afónico y no podrá demostrar su tara, quedando en segundo puesto».
En 1954 la pequeña ciudad de Open Door habrá de pedir por quinta vez ser incluida en el listado de participantes, recibiendo de nuevo una negativa por parte de la Comisión Organizadora. Los Juegos se desarrollan esta vez en Chascomús y resulta ganadora la enferma mental del pueblo, una señora de 82 años que baila el foxtrot en medio de la misa de once. Aquélla sería la primera vez que participa una mujer en competiciones oficiales, dado que hasta entonces la locura femenina era vista como un rasgo natural, en la mayoría de las ciudades, y como algo relacionado a la menstruación, en Luján, Chivilcoy y La Lucila del Mar.
En Necochea ’58 gana el Provincial el «loco que se arranca los dientes», un afamado comerciante textil de Bahía Blanca que (se sabrá más tarde) se ha hecho pasar por loco para llevarse el premio. Por esa razón, en la edición posterior, Luján ’62, se incluye un complejo test sicológico en la competencia, para impedir la participación de gente excéntrica de clase media alta.
Después de un doble triunfo marplatense —el «loco que corre al tren» (campeón en Azul ’66) y la «loca que boxea en bolas» (dominadora absoluta en Chivilcoy ’70)— vuelve a presentarse por Bahía Blanca el mismo «loco que se arranca los dientes», que entonces sí ya está loco en serio, pero queda eliminado al confirmarse que lleva dentadura postiza. El premio de ese año (San Clemente ’74) queda desierto por primera y única vez en la historia de los Juegos.
La ciudad de Mercedes, que había alcanzado las semifinales en Chascomús ’54, vuelve a generar expectativa en el Provincial del ’78 que se lleva a cabo en La Plata. Los mercedinos participamos aquella vez con el imbatible Juancito Cuello, el «loco que se parte la cabeza con un vaso de vidrio», pero lamentablemente nuestro adalid muere durante una práctica de entrenamiento, la mañana en que debía presentarse a octavos de final. Ese año ganará Luján con el «loco que mata a las palomas que no sean blancas del todo», en un fallo dividido que todavía genera polémica en muchas localidades bonaerenses.
Ya en la alocada década de los ochenta y dos meses antes de comenzar el Provincial Tres Arroyos ’82, la Comisión Organizadora de los Juegos cambia de presidente —tras el fallecimiento del fundador, Luis A. Casinelli— y toma el mando organizativo el general Lopezcabe, quien decide dividir las pruebas en dos: Provincial Esquizoides (juegos de verano), y Provincial Paranoides (de invierno), generando, como es lógico, que el segundo grupo se sienta perseguido.
Inmediatamente los locos se declaran en huelga. Un grupo de noventa y tres enfermos, liderado por el campeón de 1966, comunica en sus ciudades de origen que dejarán de hacer idioteces por la calle por tiempo indeterminado, hasta que la competencia retome su reglamentación original, y no se presentan a los Juegos. La ciudad de Tres Arroyos, anfitriona de la nueva edición (al verse endeudada por los preparativos y sin participantes provinciales), decide contratar a los componentes de un circo salteño para que se hagan pasar por locos. En la edición 82, por tanto, resulta triunfadora «la mujer barbuda», una joven boliviana sin alteraciones mentales pero con un extraño problema capilar que la hace imbatible.
Son años oscuros en toda la región. La caída de la Dictadura y la huelga de locos en los pueblos hacen de Buenos Aires una provincia anodina y sin gracia. Cruzar las plazas por las noches no depara ninguna emoción, dado que los enfermos mentales de cada pueblo ponen su mayor empeño en parecer señores normales. Incluso algunos, amparados por la flamante democracia, llegan a consagrarse intendentes por el Partido Radical.
El gobierno de Alfonsín crea en 1985 una Comisión de Reparación de Juegos y Torneos, decidiendo dar marcha atrás a los cambios implementados por el general Lopezcabe (también se quitan los «tres segundos» en el baloncesto y se instaura el sistema de promedios para el descenso futbolístico a segunda división).
Se declara entonces, con bombos y platillos, que los siguientes Juegos de El Loco se desarrollarán en Cañuelas, a finales de marzo de 1986, con la reglamentación original. Los locos deshacen entonces la huelga y vuelven a habitar las plazas, para placer de niños y empleados municipales, y se entrenan para la nueva competición. Por supuesto, nadie entonces sospecha que aquéllos de Cañuelas serían los últimos Juegos de El Loco, ni se intuye la desgarradora tragedia del 27 de marzo, que muchos cronistas de la época ya no podremos olvidar.
Este historia continúa y finaliza el lunes 27 de marzo, con la publicación de la segunda parte: La teoría de los puntos y las vueltas, en homenaje a las víctimas y sus familias, en el 20º aniversario de la Masacre de Cañuelas.