Se buscan sufridores con carisma
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De a poco se diluye la moda horrible de buscar a cantantes, deportistas y famosos para hacer un poco más atractivos o cercanos a los partidos políticos. 

Fue un uso habitual que comenzó en Norteamérica con Ronald Reagan, prosperó con la Cicciolina en Italia y sigue latiendo hoy con Carlos Reutemann o Nacha Guevara en Argentina. En el fondo son fantasías de las repúblicas, que quieren ser un poquito como las monarquías, y que sus funcionarios aparezcan también en las revistas del corazón. Pero se diluye el efecto, o quizá es que los elegidos ya no causan la misma sorpresa en el electorado. La costumbre mata también a las ideas bizarras y trasnochadas. La gente se cansa de la novedad, cuando lo novedoso se convierte en quincenal. 

Hoy la política, desgastada y cuestionada en casi todo el occidente democrático, ha comenzado a utilizar un recurso un poco más complejo, más mezquino y asombroso. También se trata de sumar famosos a sus filas, pero ahora no se buscan aquellos que se hicieron célebres en las pantallas de cine, en las tablas o en el deporte. Se buscan viudas de crueldades mediáticas, padres o madres destrozados por la muerte de un hijo, carismáticos caídos en cualquier desgracia que nos haya acongojado a todos. Los requisitos para el puesto de nuevo líder político son únicamente dos: que un suceso muy popular le haya dolido a él (o a ella) más que a nadie, y que en medio de ese dolor sangrante haya sabido transmitirlo, frente a las cámaras, con verborrea y personalidad. Los partidos políticos buscan en silencio, con el sigilo de los cuervos, a estas nuevas gallinas de los huevos de oro. Principalmente, porque casi nadie parece estar capacitado para debatir con ellos. Los deudos, los familiares de las víctimas, los huérfanos, las viudas y viudos de otros que han muerto con injusticia, resultan por alguna razón imbatibles. Pueden decir cualquier barbaridad, en multitud de foros, y nadie se atreve a ponerlos en vereda. Nadie osa hacerlos entrar en razón. 

Lo mismo ocurre en el ámbito privado cuando a un amigo se le muere un ser querido, es verdad: tratamos de no poner triste al amigo, le decimos a todo que sí durante un tiempo, no le discutimos el discurso monotemático, le respetamos la retórica insatisfecha, incluso le perdonamos las atrocidades que es capaz de decir un ser humano cuando está lleno de dolor. Eso lo hacemos en privado, y está bien. 

Pero cuando el deudo se convierte en personaje público (porque la muerte aquella que le duele ha sido mediática), entonces esas incoherencias que dice también se expanden, y nadie se siente con la capacidad moral de interrumpirlas. Y eso es como la miel en los ámbitos políticos. ¿Qué partido no quiere a uno de estos desgraciados en sus filas, a uno de estos que nadie puede refutar? Ya no están de moda los deportistas devenidos en gobernadores, ni los cantantes que quieren ir al Congreso. Ahora se busca a sufridores con carisma. Porque si un opositor se anima a poner paños fríos a esas palabras del deudo mediático, se convierte de repente en cómplice de aquellos que mataron al hijo, al cuñado, a la madre o al sobrino. La jugada es perfecta. 

Hernán Casciari