Lo peor del asunto es que a la gente le incorporan estas ideas en la cabeza con toda facilidad. Me preguntaba ayer quiénes alarman de manera tan barata a la opinión pública. ¿Quizás la Iglesia, siempre tan amiga de desvariar? Pues no, esta vez la Iglesia no ha sido. ¿Y quién ha sido, el Gran Bonete? Tampoco. Han sido los medios de comunicación. Los diarios y los noticieros de la tele, tan progres y tan profesionales.
Parece ser que en no sé dónde han detenido a «una red» (les encanta este sustantivo) que traficaba con fotografías de niños de tres a siete años que jugaban tranquilamente en la arena. Las fotos, más inocentes que un tarro de avena Quaker, servían luego para que se pajeara un grupo de enfermos mentales de diferentes regiones del orbe.
El mundo está tan loco, pero tan loco, que en algunos países serios ya constituye delito sacarle fotos a los niños semidesnudos de las playas, por lo que los traficantes de este material deben utilizar la microtecnología —es decir los móviles con camarita— para seguir manteniendo vivo el mercado. Y entonces pasa lo que pasa. Uno se va al agua con toda la tranquilidad del mundo y se te aparece una vieja admonitoria:
—¿Cómo va a llevar a la niña así, muchacho? ¿No ve que la pueden fotografiar los de internet?
Estuve a punto de decirle: «Ya les gané de mano, señora», y pasarle en un papelito el enlace al blog donde cuelgo fotos de Nina, pero me dio miedo que la señora, horrorizada, llamara a la Guardia Civil y me hiciera meter preso.
El tema, sin embargo, no me causa mucha gracia.
Y es que la paranoia va a terminar por convencer al mundo de que un chico de cuatro años desnudo es algo que debemos ocultar. Incluso (como pasa con todo lo prohibido) hasta puede que llegue la época en que mucha gente sienta curiosidad por ver un nenito con el culo al aire. La confusión parece intrascendente, pero no lo es. Porque en lugar de comprender la enfermedad mental de unos desequilibrados, lo que estamos haciendo es comenzar a padecer los mismos síntomas.
—¡Usted no los defienda, porque así empiezan! —me dice la vieja, desde la sombrilla de al lado— Primero le sacan fotos a los chicos en la playa, pero después se les recalienta el cerebro, van con caramelos a los colegios, te secuestran a tu niño y lo descuartizan.
—Sí, señora—digo yo, sin ganas—, y la marihuana en sí no es mala, pero te lleva derecho a la cocaína.
—¡Es lo que yo siempre le digo a mi hijo! ¿Ve? En eso estamos de acuerdo.
—Estaba siendo irónico, vieja. ¿Por qué no se mete al agua y se ahoga?
Mucho me temo que un día aparezcan otros enfermos mentales que, en lugar de pajearse con fotos de chicos en las playas, se empiecen a pajear con fotos de gente con bigote. ¿Qué ocurriría? En este mundo es fácil predecirlo. Si el grupo de enfermos mentales crece, aparecerán los traficantes, que le sacarán fotos a todos los peatones bigotudos para luego vender los negativos. Entonces alguien pondrá el grito en el cielo, y no pararán hasta que la Justicia prohíba sacarle fotos a los bigotudos, por considerarlo un delito sexual. A los dos meses, una vieja admonitoria me dirá:
—¡Pero muchacho! ¿Cómo se anima a ir por ahí con esa barba candado? ¿No sabe que anda suelta una red de mostachofílicos?
No es la primera vez que se confunde el delito con el objeto, lo sé. Pero también sé que los medios de comunicación no son tan estúpidos ni tan ingenuos como para cometer estos errores de novatos. Si los diarios no hacen campaña en contra de las herramientas del carpintero cada vez que alguien le pega un martillazo a alguien, habría que preguntarse por qué, casi siempre, los delitos en los que se utiliza internet como instrumento aparecen, no en Policiales como dios manda, sino en la sección Tecnología. Y de la manera más confusa, para alarmar a los jubilados y las pensionadas.
—Me voy al espigón, muchacho, porque con usted no se puede conversar.
—Por mí váyase a la concha de su madre, señora.
El caso de los dementes que se hacen la paja con fotos de nenitos en la playa me parece el broche de oro de una locura organizada para quemarle el cerebro a estas señoras. Que exista la sospecha de que la publicación en internet, o el propio chico desnudo, o la máquina de sacar fotos, sean en eje de un delito (que ni siquiera es delito), habla muy claro de que no estamos educando en lo más mínimo a las generaciones que nos parieron. Y que tampoco estamos preservándolas de la prensa tradicional, que ya se está pasando de vetusta y se convierte (ella sí) en algo peligroso y nocivo para la sociedad tonta, que es la gran mayoría.
¿Cuánto tiempo pasará para que, en lugar de prohibir las fotos, prohibamos directamente desnudar a nuestros hijos en lugares públicos? Si fuera por esta vieja, que me mira de reojo mientras se va moviendo el culo gigante, no pasarían ni dos minutos.