Y me dije que lo que esa metáfora tenía de bueno era una generalización poco corriente. Enseguida pensé en Felisberto Hernández, que tenía mucha personalidad en sus comparaciones, porque iba de lo ilógico a lo lógico. Esto no es lo mismo, pero lleva su rumbo de eficacia. Lo llevé paroxismo:
«Mengano se asustó tanto que puso ese gesto que usan las personas cuando se zambullen en una piscina con los ojos abiertos y descubren en el fondo, atadas con correas, a sus madres ahogadas desde hace días».
Estaba muy bien, me dije, y sonreí taciturno en la butaca del colectivo, convencido de que había llegado a alguna parte. En seguida me dije que haría un cuento absurdo en el que insertaría uno de estos recursos cada dos o tres renglones. Una voz a mi lado, sin embargo, me aconsejó:
—No, Gordito… Las buenas ideas se agotan en un párrafo si no guardan una mínima sutileza.
La voz interna que me interrumpía me pareció sabia, y quise seguir oyéndola. Continuó:
—Es muy difícil que el estilo pueda surgir de una idea formal, pero más que nada es estúpido intentar que ocurra de ese modo.
Me quedé pensativo y confuso, igual que esas mujeres que son violadas por un grupo numeroso de turistas europeos borrachos y a los nueve meses no saben la nacionalidad del padre de sus hijos. Le pregunté a esa voz interna:
—¿Y entonces el estilo no tiene nada que ver con las metáforas que uno utiliza para contar historias?
La voz encendió un cigarrillo y miró por la ventanilla. Dijo:
—Ni con las metáforas ni con ningún recurso teórico, m’hijo. El estilo nace de una espontaneidad que surge en el momento que uno menos se lo espera, y debe recibirse con la misma naturalidad que se reciben las noticias postales de esas venezolanas que, después de muchos años, nos mandan una carta diciéndonos que no han podido olvidar el verano en el que les hicimos el amor en Isla Margarita.
Miré a mi voz interna con bastante bronca, puesto que ella ya estaba plagiando mi recurso metafórico antes aún de que yo mismo lo plasmara en uno de mis cuentos.
—La puta que te parió, voz interna —le dije—, estás usando el recurso que vos misma me recomendás no usar.
La voz sonrió y meneó la cabeza.
—¿No te das cuenta, salamín? —me dijo, fraternalmente— Si tu voz interna, que vendría ser yo, está usando tu recurso, es porque lo has internalizado y ya no forma parte de tu costado conceptual: ha encarnado en vos y es algo inherente a tu subconciencia. Usálo, ahora sí sentate y escribí como se te cante el orto.
Dicho lo cual, la voz interna se bajó en la parada de Rosselló y Diagonal, igual que esos pasajeros que perciben que la gorda de la punta se ha tirado el pedo más espantoso de la década y deciden salir del radio que emana el olor, o directamente apearse del convoy en movimiento y seguir su recorrido a pie.