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Pausa
El tonto ya no es lo que era. Ha pasado el tiempo, el siglo veinte se ha ido y las calles ya no son de tierra. En eso estamos de acuerdo. ¿Entonces por qué le seguimos dando al tonto una representación analógica? Seguimos pensando que está en las calles, pero no. El tonto de hoy ha dejado de ser aquel que no encaja en las reuniones y los grupos. El tonto actual ya no necesita salir, ya no precisa cuajar para subsistir, ni molestar con su presencia física, porque ahora vive en Internet, agazapado, careteando picardía y sutileza.
Cuando volvió de México, mi amigo Comequechu nos contó una historia. Dice que va paseando él, con su mujer y con su hija, por las calles de Jalisco y entonces descubre, a dos pasos, la imponente Universidad de Guadalajara.
Cuando mi hija estaba a punto de cumplir tres años, es decir, cuando iba a empezar la escuela, decidimos irnos de la gran ciudad, que es preciosa pero inmensa, para buscar un pueblo chiquito, una casa con pasto, un lugar con animales cerca.
Una vez publiqué una novela que no recuerdo haber escrito nunca. Después de publicarla hablé por teléfono con mi hermana y me dijo que había llorado leyéndola y que se había reído sin parar, y que era un libro hermoso.
Yo estaba pasando ese verano en Mercedes porque mis viejos estaban de vacaciones afuera. Creo. Chiri llegaba los viernes de Buenos Aires muy de madrugada, y pasaba por mi casa para ver si yo estaba despierto. Si veía luz en la pieza, me tocaba el timbre y nos íbamos a emborrachar por ahí.
Conocí a mi hemisferio derecho de pura casualidad, una tarde desesperada del año noventa y nueve.
Hace unas semanas estuve en Barcelona, visitando a mi hija, y vi a siete policías pegándole a un negro que vendía carteras falsas en una manta, en Las Ramblas. El pobre negro vendía carteras justo enfrente de la vidriera de Dolce & Gabbana, donde se vendían las originales. Es muy loco. En la vidriera de Dolce & Gabbana hay carteras chiquititas, de cuero, a ochocientos euros. Y a veinte metros, en la vereda, los inmigrantes marroquíes venden unas idénticas, pero idénticas, a quince euros.
La primera vez que vi a un famoso fue en Mar del Plata. Yo tenía nueve años y ella era Verónica Castro. Estaba cenando en el mismo restaurante que nosotros.