Hacía mucho tiempo que la familia no vivía un día entero sin broncas, peleas o zapatillazos. Cuando el Zacarías está contento nos contagia y nos alegra a todos. No es muy común verlo feliz: será por eso.
La cena con los Peroti se desarrollaba normalmente. Aburrida. Insípida. Como siempre, el Negro y mi marido nos contaban por enésima vez sus anécdotas de la colimba, cuando eran compañeros en el Regimiento 6 de Infantería.
Anoche, tarde, salgo a sacar la basura y me la encuentro a la Sofi en el zaguán, enroscada alrededor de un tipo. Parecían dos dedos cruzados. Sería por lo oscuro que estaba, o por el entrevero de carne, pero ni un forense podría haber asegurado de quién era cada pierna y cada brazo.
El tango lo dice clarito: «Es muy duro matar a un amor sin tener otra piel donde ir», y si bien el Nacho no mató a su amor sino que más bien se le murió solo, el duelo parece que le duró poco...
No quiero hacer suspenso, corazones. Cuando no sabés cómo decir algo tenés que soltarlo y punto. Esta noche se murió José María, el novio del Nacho, y yo estoy que no puedo tenerme en pie.
¡Ay, qué desastre! ¿Por dónde empiezo? El Nacho me pregunta hoy al mediodía si lo puede traer a trabajar a la pizzería a su novio. «Ahora que se fue Douglas, vamos a necesitar a alguien más», me dice, sin mirarme a los ojos.
Estuvimos toda la mañana, el Zacarías y yo, como en una especie de luna de miel. Nos fuimos tempranito en la motoneta a dar la vuelta al Parque Municipal y nos quedamos tomando mate con bizcochitos tirados en un mantel y hablando de la pizzería, de los chicos y de la mar en coche. Después lo dejé en la Municipalidad haciendo los trámites de la habilitación y me vine para casa.
La Negra Cabeza se pasó el día en casa, y el asunto ya pasa de castaño oscuro. No solo me dice «mamá» como si ya fuera de veras mi nuera, sino que se está tomando atribuciones que no le corresponden, como por ejemplo andar en bombacha por el patio.
El Zacarías solamente fuma después de juntar los pelos conmigo. Es decir que el cigarro que se fumó hace un rato era de un paquete de Galaxy suaves, una marca que no se fabrica desde que existía la UCR. Y claro, le cayó mal y tuvo que salir corriendo para el baño haciendo arcadas. Yo me quedé en la cama, relajada como esa gente del Tíbet, toda despatarrada, con el peinado hecho un asco y con un sentimiento de paz que la última vez que lo tuve fue cuando fuimos a ver al Papa a Luján.