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Pausa
El tonto ya no es lo que era. Ha pasado el tiempo, el siglo veinte se ha ido y las calles ya no son de tierra. En eso estamos de acuerdo. ¿Entonces por qué le seguimos dando al tonto una representación analógica? Seguimos pensando que está en las calles, pero no. El tonto de hoy ha dejado de ser aquel que no encaja en las reuniones y los grupos. El tonto actual ya no necesita salir, ya no precisa cuajar para subsistir, ni molestar con su presencia física, porque ahora vive en Internet, agazapado, careteando picardía y sutileza.
En 2003 yo escribía mi primera novela por Internet, de forma anónima, disfrazado de una ama de casa mercedina que se llamaba Mirta. Nadie sabía que el que escribía era yo. Para hacerlo más ambiguo todavía, le abrí a Mirta un correo electrónico.
Una tarde encontré, por casualidad en Internet, la web de alguien a quien había visto solamente una vez en la vida, y entonces le escribí:
Hoy, catorce de julio, se cumplen veinte años de un hecho intrascendente que (por mi culpa) generó malestar diplomático en un país hermano y le trajo problemas a mi mejor amigo Chiri. Tiene que ver con el robo de símbolos patrios en territorio extranjero. Específicamente, un retrato presidencial. Lo conté hace cinco años en la revista Orsai (ese fue mi error), pero es necesario refrescarlo en este aniversario. Ocurrió el 14 de julio de 1995 y ya es hora de que se levante ese castigo injusto.
Hoy se cumplen veinte años de la peor desgracia de nuestra juventud y es hora de que la cuente. Cuando sos joven y te mandás una cagada, le echás la culpa a la imprudencia. Pero la crueldad no es joven ni es vieja. Durante estos años me quise convencer de que todo fue una fatalidad. Pero no: lo que le pasó al Colorado Ulmer la madrugada del 14 de agosto de 1994 fue, sobre todo, culpa nuestra.