28 Oct
Por iniciativa del Nacho (que es el único que tiene amigos profesionales), esta mañana lo llevé a Caio a la rastra a ver un psicólogo, para ver si se puede hacer algo con el chico. Como era la primera visita yo me metí adentro del consultorio con él, y ahora estoy con una bronca bárbara...
Hoy el Nacho vino a almorzar con una idea salvadora. Dice que si nos vamos a vivir todos a la casa del abuelo Américo, vendemos esta casa y con la ganancia ponemos una pizzería a domicilio, solucionamos todos los problemas laborales.
Según el Zacarías, la idea de la webcam de la Sofi ha sido un tremendo error y no le hizo la menor gracia. Me lo dijo hace un rato, después de que la encontró trabajando y la recontra cagó bien a patadas a mi nena, pobrecita.
Entre el Zacarías y yo lo sentamos al Caio a la mesa y le empezamos a preguntar qué pensaba hacer con su vida. Yo hoy estoy media alterada por problemas cotidianos de guita, así que no me fui por las ramas:
—Mirá pendejo —le digo—, o te conseguís un laburo o te mandás a mudar de esta casa, que acá no estamos para mantener vagos.
No me podía dormir. Son menos de las seis de la mañana y aquí estoy, haciendo cuentas. Desde principios de mes estamos viviendo con ciento cincuenta pesos que nos da el Nacho de su sueldo, cincuenta pesos que le sacamos al Américo de su jubilación sin que se dé cuenta y los doscientos diez que teníamos previstos para la dentadura postiza del Zacarías, que ya no le hace falta porque no tiene mayormente qué masticar.
Hoy mi suegro don Américo nos dio un susto que para qué te cuento. ¡Todo el día en el hospital estuvimos por culpa del abuelo! Yo recién llego a casa desde la mañana... No sé por dónde empezar, así que vamos de a poco:
El Caio y el Zacarías no deberían jugar al escrábel, porque siempre terminan agarrándose a las trompadas, revolcándose por el comedor y rompiéndome las cerámicas, porque son unos cabezones. Yo no sé por qué directamente no juegan a cagarse a piñas, si es lo mismo. Hoy a la tarde el Caio pone la palabra «partusa» y el Zacarías le dice que no existe.
¿La verdad? Me levanté sin la más mínima expectativa, porque últimamente no me dan más que disgustos. Pero cuando voy a la cocina, entre el pin de Sandro de América y la entrada del Gran Rex de noviembre del noventa y nueve, entre la receta de la pizza, es decir, pegada en la heladera, me encontré con la sorpresa más linda del mundo.
La Negra Cabeza se pasó el día en casa, y el asunto ya pasa de castaño oscuro. No solo me dice «mamá» como si ya fuera de veras mi nuera, sino que se está tomando atribuciones que no le corresponden, como por ejemplo andar en bombacha por el patio.
El Caio sale todas las santas noches y ya hace años que ni le pregunto a dónde, más que nada para no hacerme mala sangre. A veces vuelve rasguñado, a veces cuando vuelve no emboca la cama y se cae redondo en la entradita, a veces no vuelve en dos días y a veces viene con tres melenudos que se nos comen todo el pan del desayuno y me rompen las begonias.