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Pausa
Teníamos un juguete y era el más divertido del mundo. No lo habíamos inventado nosotros, pero jugábamos mejor que los inventores. Aceptamos algunas palabras de su idioma original: ful, córner, orsai, pero enseguida lo llenamos de palabras nuestras: sombrero, rabona, pared.
A los nueve años Marcelino se metió el dedo en el ombligo y descubrió, bien al fondo, un botón parecido a los que se usan para apagar la luz. Ni su mamá, ni su pediatra, ni él mismo lo habían visto nunca porque no podía verse: este interruptor estaba muy al fondo, solamente podía tocarse con la yema de los dedos. Ese día Marcelino estaba en la escuela y se preguntó qué pasaría si apretaba el interruptor. Fue un momento importantísimo de su vida. La maestra explicaba algo sobre las fracciones, y Marcelino hizo ¡clic! en el botón. Primero sintió un zumbido en la cabeza y después muchas ganas de vomitar. Tuvo que cerrar los ojos.
No me gustan las escenas de amor en público por algo que le pasó a un amigo de la escuela a los doce o trece años. Se llamaba Gastón Cupi y me encantaba que me invitara a tomar la leche a su casa: era siempre una aventura. En mi casa todo era normal; Chichita y Roberto eran bastante adultos, o habían madurado pronto, y yo no les podía hablar de cualquier tema, ni mucho menos hacerles cierta clase de chistes. En cambio los padres de Gastón Cupi todavía no habían madurado tanto, eran viejos de treinta y pico pero parecían más jóvenes.
Las primeras palabras del papa Juan Pablo II después de los atentados contra las Torres Gemelas fueron las siguientes: «El mundo, tal y como lo conocemos, ha dejado de existir». Desde hoy se puede decir lo mismo sobre los Mundiales de Fútbol.
La respuesta rápida es por mi hija, por mi esposa, porque tengo una familia catalana. Pero si me preguntan en serio por qué sigo acá, en Barcelona, en estas épocas horribles y aburridas, es porque estoy a cuarenta minutos en tren del mejor fútbol de la historia.
Entre los muchos juegos de mesa que tenemos aquí para pasar las horas muertas, el que más éxito tiene es la baraja española. Los naipes suelen llevarse muy bien con los locos, desde el principio de los tiempos.
El Caio y el Zacarías no deberían jugar al escrábel, porque siempre terminan agarrándose a las trompadas, revolcándose por el comedor y rompiéndome las cerámicas, porque son unos cabezones. Yo no sé por qué directamente no juegan a cagarse a piñas, si es lo mismo. Hoy a la tarde el Caio pone la palabra «partusa» y el Zacarías le dice que no existe.