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Pausa
Hace un tiempo me invitaron a Lima para dar una charla. Justo antes de volver a casa, en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, unos policías muy enojados me llevaron a la rastra a un subsuelo, me pusieron las manos contra la pared, me abrieron las patas, rompieron una por una las artesanías que yo le llevaba de regalo a mi hija y me hicieron pasar una eternidad maravillosa junto a dos perros amaestrados: uno blanco y el otro negro.
Hace un tiempo me invitaron a Lima para dar una charla. Justo antes de volver a casa, en el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez, unos policías muy enojados me llevaron a la rastra a un subsuelo, me pusieron las manos contra la pared, me abrieron las piernas, rompieron una por una las artesanías que le llevaba de regalo a Nina y me hicieron pasar una eternidad maravillosa junto a dos perros amaestrados: uno blanco, el otro negro.
Mientras escribo esta columna de papel hay otra columna, de humo, que comienza a disiparse por voluntad propia. El cielo de Europa vuelve a parecerse a un cielo, y los aeropuertos de más de quince países regresan a la normalidad después de dos semanas de cancelaciones, retrasos y aplazamientos.