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Pausa
Once de la mañana, comedor de la casa de Alex. Los dos amiguitos, de cinco años, miran el Disney Channel sin ganas, mientras toman el Nesquick. Lucas hojea una revista y pone mute intempestivamente con el control remoto.
Diez de la mañana. Alex y Lucas están haciendo monigotes de arcilla en la mesita de Sala Verde, supervisados a veces por la señorita Claudia, y otras veces solos. Los demás niños, en grupos de a dos, hacen lo mismo en otras mesas.
De noche, cuando en casa mi vieja duerme, salgo a lo oscuro y me escondo atrás de un zaguán o de una enredadera o del baldío de Suárez. Cuando aparece una (puede que me pase dos horas esperando, porque en Mercedes de noche no andan mujeres), sea linda o sea fea, le tapo la boca con la mano y la arrastro hasta el terrenito que está pasando DuPont.
Estamos presos. Pero eso es lo que menos nos importa. Lo que importa es que estamos cagados de miedo, porque acabamos de pasar la noche más extraña de nuestra vida. En vez de la llamada de rigor, le pedí al sargento que me deje usar internet para mandarles a ustedes este mensaje.
La noticia la trajo a la mesa la Sofi, que es mandada a hacer para descubrir secretos ocultos del Caio. Nos dijo que lo escuchó al hermano confesarle por teléfono al licenciado Mastretta que la cosa que más miedo le daba en el mundo seguía siendo la Canción de Pinocho Malherido.
El Zacarías y yo tomamos mate. Siempre. A cualquier hora. Las veces que estuvimos a punto de separarnos, las veces que llegó un hijo nuevo a casa, cuando lo echaron del trabajo, cuando Argentina salió campeón del mundo, cuando se cayeron las torres gemelas. Cuando murió mamá...
2 Dec
Nací el diecinueve de diciembre de 1951, en Mercedes. Una semana antes de cumplir catorce años, en medio de la clase de caligrafía que daba una monja estúpida que se llamaba la Hermana Caridad, sentí algo raro que me bajaba y después como si me hubiera cagado encima. Me sentí tonta. No tenía la menor idea de lo que era la regla. Pasaron dos golpes de Estado. Me acosté por primera vez con un señor el diez de mayo de 1971. Yo tenía casi veinte años y estaba muerta de miedo. Aquel señor tenía pelo y ahora no; ahora está roncando en la otra pieza mientras escribo esto y no creo que se acuerde de la fecha ni de nada.
El Caio entra a la cocina muy serio anoche, mientras yo lavaba las tazas y el Zacarías leía el diario: «Papá, ¿por qué ahora que el Nacho es sarasa nadie le dice nada, mientras que si yo me mando una cagada cien veces más normal, como cuando me echaron del colegio, todo el mundo dice que soy un infradotado y la vieja me manda al psicólogo?».