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Pausa
Era un loft hermoso, amplio, casi sin muebles. Lo más caro que le compré fue un sommier de plaza y media, con resortes bicónicos, porque en 1998 lo único que me importaba era dormir. Se lo alquilaba a un alemán viudo que vivía en el primer piso con su hija. Hans era un pelado de ojos tristes que recibía el Deutsche Post. Sandra tenía mi edad, unos veintisiete. Cuando Hans me alquiló la casa y me explicó los detalles, no me avisó que su hija tenía problemas.
Los problemas más graves de la sociedad, los que son de verdad incontrolables, a veces se solucionan con una creatividad sencilla.
Justo que tomé coraje para encarar a la Negra Cabeza y decirle que estaba despedida, que ya no la necesitábamos, que te garúe finito, ella me dice que se vuelve a Asunción, que ya no contemos con su servicio. ¡Hasta en eso me cagó la yegua, ni siquiera me deja el placer de echarla a patadas!