Hay palabras que suenan a lo que son ("agua", sin ir más lejos), y otras a las que hay que ponerle voluntad. Por ejemplo "horchata". En mi barrio la gente toma horchata de chufa, y en verano me quieren convidar. ¡Ni en pedo! Esa bebida suena a concha sucia; tranquilamente podés decirle a una vieja: "¡andá a lavarte la horchata!", y te quedás relajadísimo.