Hace unos meses le supliqué a mi tataranieto Woung que no me dijera nada sobre mi vida en el futuro, y con buen tino cumplió mis deseos. Al irse de casa, me reveló algunos datos interesantes sobre cómo sería la vida del hombre a finales del siglo XXI, pero me dejó a medias con otros temas de interés. El viernes, al revisar el correo, vi un sobre extraño, demasiado moderno para mi gusto. Era una carta de Wuong, en la que me explica, con pelos y señales, cómo serán nuestros próximos veinte años.
La última vez que vi a Argentina en una semifinal yo no era yo: era un chico de diecinueve años mal acostumbrado. Pero sobre todo era joven, era bastante flaco, era soltero y tenía una extraña sensación de inmortalidad.