En realidad, Lorene Zarsky escribe con el culo en una pizarra desde los diez años. A esa edad tuvo mononucleosis y debió quedarse en casa dos meses enteros. Se aburría como una ostra. Una tarde se puso una tiza en el culo, la apretó con las nalgas y escribió su nombre, con mucho esfuerzo, en la pizarra que colgaba de la pared de su cuarto. Al mes siguiente ya dominaba la técnica como nadie.
Sin embargo, hasta los catorce años solamente mostró su habilidad a amigas íntimas, en pijama partys y campamentos de verano. Después vinieron el alcohol, los amores adolescentes, y entonces algunos chicos del instituto también pudieron disfrutar del espectáculo.
Lorene era rápida con la tiza, tenía buena letra y excelente ortografía. Le gustaba escribir pequeños aforismos adolescentes: «si lo amas, déjalo libre», o «me has dejado el corazón roto».
Un día, ya cumplidos los diecisiete, Lorene se enamoró de Jim, un compañero de clases, y después de la segunda noche de manoseos le hizo conocer su habilidad. Jim quedó fascinado con la faceta literaria de su novia y no tardó en grabarla con su teléfono móvil. Desde entonces, Jim no vio la hora de romper con la gorda para poder subir el video a You Tube sin sentir culpa.
Lo hizo dos semanas más tarde.
Lo cierto es que el video estuvo disponible un mes entero sin demasiado éxito, y pudo haber pasado sin pena ni gloria por el mar revuelto de Internet, pero un día el webmaster de una página porno lo encontró por casualidad y lo recomendó en su blog. «My girlfriend write with the ass» fue el video más visto del día, y la transmisión viral resultó imparable.
Al no ser un corto escandaloso —Lorene no está desnuda ni muestra nada— miles de páginas lo reprodujeron, y tardó doce horas en aparecer en la prensa seria. Y en la televisión comarcal. Todos querían saber quién era la gordita que escribía con el culo.
Al segundo día Jim proporcionó el teléfono de la gorda a una agencia de noticias nacional, a cambio de quinientos veinte dólares. Pudo haber sacado mejor dinero, porque cuando la prensa no tiene nada para decir, las gordas que escriben con el culo en una pizarra son como la lluvia fresca.
Ellas o quien sea: el chico holandés que amasa una pequeña fortuna mientras duerme; la cerda que amamanta gatitos huérfanos; la azafata francesa que, en pleno vuelo, le muestra las tetas al piloto; el loro que resuelve el cubo mágico; el gordito siniestro que hace playback de una canción pegadiza; las chicas que revientan a golpes a la nueva compañera del colegio; la ardilla que baila el foxtrot; el adolescente italiano que le toca el culo a la profesora; la chica de bikini amarillo que hace campaña por Obama; el neozelandés que se destroza la cabeza con una patineta; las tres chicas japonesas que se arrancan las pestañas con los dientes; el desalmado que mete un sapo en el microondas; o una adolescente simpática de Illinois que escribe frases de amor con el culo.
Lorene ni siquiera sabía que sus intimidades literarias circulaban por Internet cuando, muy temprano, recibió el primero de una docena de llamados telefónicos. Casi todas las entrevistas provenían de programas radiales matutinos, en donde dos o tres tertulianos graciosos le hacían preguntas con doble sentido.
—Dime Lorene, ¿nunca se te ha escapado una tiza? —y cosas por el estilo.
La gorda, que era extrovertida y sincera, contestaba a todos con gracia.
La presencia mediática (todavía muy acotada a la prensa de Chicago) generó que el video de Lorene lograra quinientas mil visitas por la tarde, y un millón esa misma madrugada. Y entonces sí, los teléfonos de la gorda empezaron a recibir llamados de todo el planeta. Porque la radio, la prensa y los telediarios del mundo miden la relevancia de sus noticias en millones de youtubes. Novecientos mil no es noticia, pero un millón sí. No les importa qué ha ocurrido, sólo tiene valor aquello que ha sido visto por un millón de descerebrados.
Lorene alcanzó la cumbre de su fama dos días más tarde. Escribió con el culo y en directo, en el late-show más visto de Norteamérica, unos versos de Yeats que le dictó el comediante Jay Leno.
Muy lejos de allí, en Quebec, Canadá, Fran Billdeth estaba viendo el programa de televisión y se obsesionó con la gorda de la pizarra. Esa madrugada estuvo cuatro horas enteras, sin pausas, mirando una y otra vez el video en Internet. Y después buscó y buscó noticias en Google para escuchar las entrevistas, y ver fotos de Lorene.
Fran ahora tiene treinta años, pero hace dos se grabó cantando una canción y subió el video a internet. Fue tanto su éxito que una compañía discográfica lo contrató para hacer un disco. El videoclip profesional de su primer trabajo no convenció a nadie, la gente sólo quería verlo en su habitación haciendo el tonto. Al mundo le gustaba el Fran amateur; el Fran profesional resultaba patético.
Ahora Fran había malgastado todo el dinero de sus quince minutos de gloria, había adelgazado mucho y vivía en medio de una brutal depresión. La gordita del culo y la pizarra lo había devuelto a la vida o, al menos, le había proporcionado una obsesión para matar el aburrimiento.
Entre Illinois y Quebec hay unos mil quinientos kilómetros que Fran recorrió en tres autobuses. Ni la prensa ni la policía saben nada sobre en qué parte del viaje compró la pistola automática, o si ya la tenía desde antes.
Fran llegó a Illinois sobre las siete treinta de la mañana de un miércoles, sólo cuatro días después de haber visto, por primera vez, a Lorene en la televisión nacional. No le costó dar con su casa.
Cuando la gordita abrió la puerta creyó que se trataba de un periodista y lo invitó a pasar. Fran se negó y se quedó estaqueado en la acera. Desde allí, pronunció una frase de cinco palabras que Lorene no comprendió:
—La noticia no es el perro —fue lo que dijo.
Enseguida sacó de su bolso la pistola automática y apuntó a la gorda. Fue cinematográfico e irreal. Lorene sólo tuvo tiempo de correr hasta la esquina. Fran Billdeth la siguió sin apuro, caminando, con un ojo cerrado y el dedo sobre el gatillo.
Disparó sólo una vez, en medio del culo de la gorda, que cayó sin gritar. Varios vecinos socorrieron a Lorene y llamaron a la ambulancia, pero no tuvieron tiempo suficiente para detener al agresor, que logró huir. La frase de Fran antes de disparar —se supo más tarde— forma parte de un viejo axioma que imperó en el periodismo tradicional del siglo veinte. Un perro que muerde a un hombre no es noticia; un hombre que muerde a un perro sí lo es.
Lorene Zarsky tardó seis semanas en volver a caminar, pero sus médicos le prohibieron escribir con el culo, ni en pizarras ni tampoco en ningún otro soporte. Fran fue detenido dos días después, en la frontera con Canadá, cuando intentaba regresar a su casa. No se resistió al arresto y se declaró culpable del disparo.
Durante el breve juicio, y tras ser preguntado sobre el móvil de la agresión a la menor, Billdeth fue otra vez hermético en su respuesta:
—Hoy es noticia cualquier cosa que haga un perro. La noticia no es más el perro: es el número de imbéciles mirando al perro.
La información sobre la agresión a Lorene Zarsky sólo apareció en dos periódicos: el Chicago Tribune (página 47) y el Illinois Herald (un suelto sobre tecnología y tendencias).
La repercusión fue nula en el resto del planeta.