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Pausa
Cuentos para escuchar
Reunimos en este volumen versiones resumidas de ciento veinticinco cuentos de Hernán Casciari, leídos por él mismo en el ciclo televisivo «Cuentos a la medianoche», de Telefe, entre 2017 y 2019. Cada cuento incluye un código QR que el lector puede scannear para escuchar las historias en la voz del autor y evitar así la tortuosa tarea de leer, práctica habitual del siglo pasado.
Hasta finales de 2015 escribí muchos cuentos en mi blog Orsai y un montón de gente los leyó en silencio desde sus computadoras. Los relatos se convirtieron después en libros.
Cuando cumplí ocho años, mi papá me levantó de una patada de la cama y me dijo: «O tomás la comunión o vas a rugby, pero no te quiero los fines de semana durmiendo hasta las doce».
Acaba de llegarme el título de propiedad de un terreno que me compré en la luna. Me costó veinte dólares, con gastos de envío aparte, lo pagué con Paypal.
Mi papá fue la persona más tímida que yo conocí en la vida. Supongo que su principal objetivo era pasar desapercibido. Era gestor impositivo. Se pasaba el día contando plata que no era de él. Y yo lo miraba todo el tiempo porque no sabía, no lo podía entender.
Anoche le contaba a mi hija el cuento de Hansel y Gretel. Y en el momento en que los hermanitos se pierden en el bosque y empieza a anochecer (en esa parte tétrica del cuento) mi hija, en vez de asustarse, me dice:
Una vez, en un recreo —segundo grado sería—, alguien se dio cuenta de que yo tenía tetas y otro chico, de mi misma edad, me dijo:
El otro día sacaba la cuenta: quince mundiales llegó a ver mi viejo en toda su vida. Desde el Maracanazo brasileño en 1950, que él tendría seis años, hasta la final en Berlín 2006. ¡Quince mundiales!
A mediados de agosto una lectora me mostró una foto de su hija, en piyama y con pantuflas, que leía muy oronda un libro mío. La foto es divertida porque la nena, que puede tener entre ocho y diez años, está cruzada de piernas y parece ajena al mundo. Al final, su madre me hace una pregunta, un poco en chiste y un poco en serio: «Casciari», me dice, «¿cuán alejados de los niños hay que tener tus libros?».
Cuando nos vinimos a vivir a Buenos Aires, teníamos dieciocho años y no nos alcanzaba para alquilar. Era la época de la hiperinflación. Entonces mi amigo Chiri y yo terminamos en la casa de una señora que se llamaba Tita; ella tampoco tenía planeada la hiperinflación y tuvo que alquilarle una pieza a dos desconocidos que venían del interior.