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Pausa
En mi barrio había un vecino muy viejo y cascarrabias. Era un italiano de ley, fanático de Boca. Don Américo, se llamaba, y fue uno de los muchos inmigrantes que llegaron a la Argentina por culpa de la Segunda Guerra.
Mientras cuento esto, mi equipo favorito es el actual campeón del fútbol argentino. En este siglo ya salimos campeones tres veces. Y yo de chico quería, por lo menos, verlo a Racing campeón una vez en la vida. No pedía más que eso. Parece una meta pelotuda, pero cuidado: durante mucho tiempo la sequía me hizo pensar que nunca iba a ser de los privilegiados.
Teníamos un juguete y era el más divertido del mundo. No lo habíamos inventado nosotros, pero jugábamos mejor que los inventores. Aceptamos algunas palabras de su idioma original: ful, córner, orsai, pero enseguida lo llenamos de palabras nuestras: sombrero, rabona, pared.
En el año 2005 vino mi papá por primera vez a visitarme a Barcelona. Y lo primero que hice cuando llegó fue llevarlo a ver al Barça. Cuando entré con Roberto al Camp Nou, me sentí, por primera vez, llevándolo a él a la cancha.
Antes de tocar por última vez la pelota con su pie izquierdo, a las trece horas, doce minutos y treinta segundos del mediodía mexicano, el jugador argentino ve que ya dejó atrás a Peter Shilton; ve que Valdano arrastra la marca de Fenwick; ve que Raid y que Glenn Hoddle quedaron en el camino.
Esta historia capaz les interese más a los fanáticos del fútbol, pero tiene una moraleja triste que le sirve a todo el mundo. Lo que voy a contar nos enseña que a veces hacemos las cosas sin saber por qué.
La noche del veintisiete de diciembre de 2001, una semana después del gran quilombo, ya habíamos tenido cuatro nuevos expresidentes y yo buscaba con desesperación, en Barcelona, un bar con televisión satelital para ver a Racing salir campeón en un país que se estaba cayendo a pedazos.
Empecé a escribir este cuento una mañana del 2012: yo vivía en Barcelona todavía y estaba en casa mirando un compilado de jugadas en las que Messi recibe faltas muy fuertes y nunca se tira ni se queja.
Estuve casado quince años con una española, y la primera cosa horrible que pasó en la convivencia tuvo lugar una madrugada de junio del año 2002. Yo estaba acostumbrado a mis orígenes argentinos y di por sentado que ella, mi mujer, se iba a despertar a las cinco de la mañana para ver conmigo el Mundial de Japón. Ni en pedo.