El día que Jürgen Bernd toco el timbre de la casa de Armin Meiwes, la vida social de la humanidad cambió para siempre. Hasta entonces el mundo era una extensión enorme de tierra, llena de gente sola y perdida en sus fobias y deseos, trastornada y única en su soledad. Gente callada, esquiva, chorreando traumas inconfesables. Desde chiquito Armin quería ser caníbal; Jürgen sólo fantaseaba con ser devorado vivo. Jamás hubieran llegado a conocerse en otra época, pero vivían en ésta. El 6 de marzo de 2001 se encontraron en un foro de Internet, y programaron una cita el fin de semana. Para comer(se).
El día que Jürgen Bernd toco el timbre de la casa de Armin Meiwes, la...
A veces me quedo un rato, en la calle, esperando que un albañil se caiga de su andamio. Y si no se cae, me voy puteando al pobre diablo, como si me hubiese fallado, como si el inocente empleado de la construcción me hubiese prometido algo y no lo hubiera cumplido. Es la vieja que llevo dentro la que espera en vano esa caída. No soy yo.
A veces me quedo un rato, en la calle, esperando que un albañil se caiga...