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Pausa
Desde que el Jeremías viene seguido a casa a visitar al Nonno, la Negra Cabeza anda mucho más pizpireta y emperifollada que de costumbre, y mueve el pandulce mientras limpia los pisos, para hacerse notar. «¿Le apetece un cafecito, don Jere?», le dice la guacha a cada rato, cuando a nosotros en la puta vida nos ofreció ni un mate cocido con leche. Será perra.
Cuando se abre el telón Alex y Lucas ya están en el centro de la escena, conversando sin mirarse. No tienen más de cinco años cada uno. Están en el arenero de un espacio público, rodeados de baldecitos, moldes y juguetes.
De noche, cuando en casa mi vieja duerme, salgo a lo oscuro y me escondo atrás de un zaguán o de una enredadera o del baldío de Suárez. Cuando aparece una (puede que me pase dos horas esperando, porque en Mercedes de noche no andan mujeres), sea linda o sea fea, le tapo la boca con la mano y la arrastro hasta el terrenito que está pasando DuPont.
Anoche pasaron otra vez Los puentes de Madison, y siempre que agarro esa película en el zapping me digo lo mismo: «Mirta no la mirés, cambiá de canal Mirta». Yo no sé lo que me pasa con esa historia, es como que me hipnotiza y no me deja apretar los botones, ¡y después de verla me agarran unos calores en el bajo vientre! Unas ganas de despertarlo al Zacarías me agarran...
Hace un rato, aprovechando que el trío de Bertottis masculinos estaba haciendo la guardia nocturna de vecinos, tomé coraje y la senté a la Sofi en la cocina para tener la charla sobre sexo que teníamos pendiente.
La Sofi entró a la cocina mientras yo estaba machacando las milanesas contra la mesada y me soltó la pregunta sin preámbulos, mirándome a los ojos: «Má, ¿a vos a qué edad te desvirgaron?».
El 24 a la tardecita nos fuimos al Parque Municipal para que el Zacarías ensayara de Papá Noel y diera un par de vueltas en la moto con el disfraz puesto. El esquenún se empeñó en usar lentes oscuros para que nadie lo reconociera. Yo le dije: «Pero a la noche no vas a ver nada con eso en la cara». Pero él erre que erre. Dio un par de vueltas y volvimos a casa. Todo normal: nada que indicara la tragedia nocturna.
La cena con los Peroti se desarrollaba normalmente. Aburrida. Insípida. Como siempre, el Negro y mi marido nos contaban por enésima vez sus anécdotas de la colimba, cuando eran compañeros en el Regimiento 6 de Infantería.
Anoche, tarde, salgo a sacar la basura y me la encuentro a la Sofi en el zaguán, enroscada alrededor de un tipo. Parecían dos dedos cruzados. Sería por lo oscuro que estaba, o por el entrevero de carne, pero ni un forense podría haber asegurado de quién era cada pierna y cada brazo.
Ayer a la tarde don Américo estaba muy alicaído porque su ídolo máximo, el Michael Jackson, estaba prófugo y perseguido por la Justicia. Mi suegro es fanático del cantante desde los años ochenta; ahora ya mucho menos que antes porque un día se quebró la cadera bailando breakdance, pero siempre siguió oyendo sus discos.